Para mediados del siglo pasado, la historia de Moritz Hochschild parecía haber recibido un veredicto final: el magnate minero era un «villano» en el país sudamericano que lo acogió, y que debió abandonar en 1944 para nunca más volver. Sin embargo, la reapertura de unos polvorientos archivos mostraron que también había sido el «Schindler de Bolivia».
Hochschild nació en Alemania en 1881 en el seno de una familia judía que ya se dedicaba al negocio de la minería. Después de trabajar en el conglomerado industrial Metallgesellschaft se mudó a Chile para seguir dando sus primeros pasos como empresario independiente.
Después de algunos años volvió a Alemania, donde residió hasta finales de la Primera Guerra Mundial. Pero América del Sur aparentemente lo estaba esperando, y hacia allí marchó en 1920, pero esta vez a Bolivia, donde ese mismo año nació su hijo Gerardo Hochschild Rosenbaum.
Subido a la ola del furor minero en Bolivia, Hochschild terminó convirtiéndose en uno de los tres «barones del estaño» junto a Simón Patiño y Carlos Aramayo. Los preparativos militares de entreguerras en Europa crearon un boom de la demanda de metales que hizo a estos tres hombres multimillonarios y muy poderosos.
Los negocios le sonreían, mezclados también con métodos de extracción que, se iba sabiendo, incluían extendidos métodos de explotación de los trabajadores. De todas maneras, pronto esa aventura de riquezas iba a acabar, y de una manera peligrosa.
«Don Mauricio»
Los nuevos gobiernos que se instalaron en La Paz comenzaron a enfrentarse con los «barones del estaño», con su poder y sus métodos de explotación, tanto de las minas como de los mineros.
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Dos veces, en 1939 y en 1944, Hochschild fue detenido y sentenciado a muerte. La condena nunca se aplicó, pero, pocas semanas después de su liberación de 1944, fue secuestrado. Era suficiente: cuando sus captores lo dejaron marchar, dejó Bolivia para siempre.
Su empresa minera fue nacionalizada por el gobierno revolucionario de 1952 aunque los negocios del grupo Hochschild se extendieron y crecieron en otros países, incluyendo minas de cobre en Chile. Moritz, o Don Mauricio, como lo conocían en sus buenos años en Bolivia, murió en París en 1965.
¿Quién iba a pensar que uno de los denostados «barones del estaño» escondía un secreto que, a su manera, lo redimía? Seguramente nadie, pero en 1999, durante una revisión de viejos archivos en oficinas de la Corporación Minera de Bolivia (Comibol), aparecieron ciertos papeles.
En los documentos quedaba claro que Moritz había organizado una red para salvar cientos de judíos del Holocausto. El antiguo villano se convertía en el «Schindler de Bolivia», utilizando el nombre del más famoso Oskar Schindler, a quien retrató Steven Spielberg en su recordado filme de 1993.
Se estima que Schindler, un industrial alemán que era miembro del Partido Nazi, salvó la vida de más de 1.000 personas al emplearlas en sus fábricas y ponerlas a salvo de las persecuciones y los campos de concentración.
Una historia que merecía un libro
Por su parte, y desde Bolivia, Hochschild armó una red de rescate -con la ayuda del gobierno militar del país sudamericano- que salvó a muchos más que Schindler: serían entre 9.000 y 20.000.
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En una época en la que el resto del continente no abría sus puerta a los refugiados que huían del Holocausto, Hochschild logró que Bolivia recibiera a miles de ellos, incluyendo muchos judíos a los que el propio magnate minero pagaba el viaje hasta América del Sur.
Obviamente esta historia merecía un libro. Dos periodistas bolivianos recogieron el desafío y recientemente publicaron Escape a los Andes, editado por Aguilar y donde se puede conocer a fondo la historia de Don Mauricio.
Los autores, Raúl Peñaranda y Robert Brockmann, compartieron una entrevista por email con IsraelEconomico.com, donde explican el origen y el contexto de su libro sobre el Schindler de Bolivia.
– (IE) ¿Cómo se les ocurrió abordar esta investigación? ¿Cuándo escucharon hablar de estas acciones de rescate de Hochschild?
– (RB) En 2017 confluyeron varias luces de reflector sobre esa parte de la vida de Hochschild. Por una parte, saltó a la fama, poco después de su inauguración, el Archivo Histórico de la Minería Boliviana, gestado por el antiguo dirigente sindical Edgar Ramírez, quien encontró grandes cantidades de documentos previos a la Revolución Boliviana de 1952, que estaban a la intemperie y en proceso de destrucción natural. Entre esos papeles hay cantidades de documentos de toda naturaleza de las empresas de Hochschild y correspondencia sobre el tema del que se ocupa el libro.
El papel de Busch
– (RP) En esa época trabajaba en la Agencia de Noticias Fides y el asunto me pareció tan fascinante que ahí germinó la idea de un libro. Poco antes, la escritora boliviana Verónica Ormachea había publicado la novela de ficción Los infames, en la que Hochschild aparece como rescatador de judíos. Y tercero, ese año Robert publicó su libro Dos disparos al amanecer, una biografía del presidente boliviano Germán Busch, con quien Moritz se alió para el rescate de miles de judíos en 1938.
El libro de Robert contenía un par de capítulos sobre esa alianza salvadora. Unos años antes, el historiador boliviano Mariano Baptista le había entregado a Brockmann un sobre con documentos sobre Hochschild, que fueron la base de esos capítulos. En 2017, la agencia de noticias AFP publicó una nota con entrevistas a Ramírez, Ormachea y al propio Robert que fue publicada en varios idiomas.
Días después de esa publicación, alguien se puso en contacto con Robert: era un viejo empleado de Hochschild, que ofrecía más documentación. De hecho, era un mar de documentación. Entretanto, yo había asistido con una beca al Museo del Holocausto de Estados Unidos, en la ciudad de Washington, donde, ya con el propósito de escribir un libro, recabé la documentación pertinente.
– (RB) Con Raúl somos compañeros de universidad, colegas y viejos amigos. En el 2018 nos enteramos que los dos teníamos la idea de escribir un libro sobre Hochschild, con énfasis en su rol de rescatador de judíos. ¿Por qué escribir dos libros, si podemos reunir nuestra documentación y escribir el libro definitivo?, nos preguntamos. Y así fue que unimos esfuerzos para preparar Escape a los Andes.
Unos enemigos «perfectamente malvados»
– ¿Qué nos pueden decir de esa «doble relación» de Bolivia con uno de sus importantes personajes de la historia contemporánea? ¿Pasó realmente Hochschild de villano a héroe o quedó para siempre anclado en su papel de barón «malvado» de la minería?
– (RB) La historia oficial boliviana está realmente osificada. La Revolución Nacional de 1952 partió a cuchillo la historia nacional bajo el impulso de su esfuerzo por «construir la nación». Ese esfuerzo incluyó la «necesidad» de unos enemigos «perfectamente malvados», que fueron los tres llamados «barones del estaño», quienes habían dominado la política y la economía bolivianas en la primera mitad del siglo XX.
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Desde 1952 hasta la fecha, todo escolar boliviano ha «mamado» de esa historia: los «grandes culpables» del atraso y la pobreza bolivianas fueron esos tres personajes y no hay a la vista ningún atisbo de que esta visión vaya a cambiar.
Hoy apenas son mencionados, y los esfuerzos por matizar y presentar con rasgos humanos a esas figuras nunca han sido bien vistos por el Estado.
Genuina modestia
– ¿Cómo y por qué manejó en silencio sus negociaciones con el gobierno boliviano para favorecer la inmigración de judíos que escapaban del Holocausto?
– (RP) La discreción de Hochschild respecto de su actividad como rescatador de seres humanos previo al Holocausto parece ser una cuestión de genuina modestia. De la investigación surge que no le daba ninguna importancia a documentar nada que no fuera su actividad empresarial minera. Claramente, toda documentación familiar o personal quedó sepultada debajo de la verdadera prioridad del Schindler de Bolivia, la empresarial.
– ¿Estuvieron ustedes, o alguno de ustedes, en Israel para la investigación?
– (RB) Raúl estuvo en Israel, invitado como periodista por el gobierno, y estima esa estadía como una de las experiencias más profundas de su vida. Pero eso fue antes de que surgiera la figura de Hochschild como punto de interés para un libro. Yo no estuve todavía en Israel, pero tengo como meta ir, al menos una vez.