En realidad, el Mar Muerto no es un mar, sino un lago. Y, en hebreo, tampoco se llama «muerto», sino Iam HaMelaj, o el Mar de Sal, un nombre mucho más apropiado ya que en sus aguas sobreviven bacterias y algunas microalgas.
En la Biblia aparece con ese nombre y otros dos más: Mar de Aravá y Mar del Este. Se estima que «Mar Muerto» se impuso desde los tiempos greco-romanos en la región.
Originalmente parte de un lago antiguo y mucho más grande que se extendía hasta el Kineret -señala un reporte de la revista del instituto Smithsonian-, «su salida al mar se evaporó hace unos 18.000 años, dejando un residuo salado» en la cuenca desértica en el corazón de la Tierra Santa.
Desde entonces, este cuerpo de agua «ha mantenido su equilibrio a través de un ciclo natural frágil: obtiene agua dulce de los ríos y arroyos de las montañas que lo rodean y la pierde por evaporación«, añade el artículo.
Desde siempre uno de los principales puntos turísticos del país, el Mar Muerto se encuentra en una profunda depresión a 435 metros bajo el nivel del mar y se nutre de las aguas del río Jordan.
Sus aguas contienen diez veces más sal que los océanos. Por ello es que allí no hay peces, pero también es la razón que lo hace famoso alrededor de todo el mundo.
En efecto, es esa densidad de minerales la que causa que, al sumergirnos en el Mar Muerto, flotemos sin esfuerzo y nos podamos tomar las típicas y divertidas fotografías leyendo el diario sobre el agua.
Lo que no es tan común es la posibilidad de apreciar las imágenes aéreas que en estos días compartieron desde la FAI. Uno de los lugares que marcan la identidad del país, en este caso junto a los poderosos helicópteros que ayudan a defenderlo.
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