Uno de los principales tributarios al río Jordán, el Mar Muerto, o Iam HaMelaj en hebreo, el Mar de la Sal, es protagonista de la región de la cuenca del Mediterráneo desde que se tiene registro de la historia de sus habitantes.
Sus aguas tan particulares vienen atrayendo a visitantes desde hace miles de años, en especial gracias a las saludables capacidades de sus aguas y barros. Allí se instaló uno de los primeros «spa» del mundo, el que utilizaba nada menos que Herodes el Grande.
Ubicado a 435 metros por debajo del nivel del mar, lo que lo convierte en el punto más bajo de la superficie del planeta, las aguas del Iam HaMelaj tienen una densidad de 1.24 kg/litro, lo que provoca que los cuerpos de los bañistas floten sin esfuerzo, ya que su densidad es menor que la densidad del líquido salado.
En este recorrido de nuestro habitual colaborador, el fotógrafo argentino-israelí León Szajman, la ruta pasó también por Sodoma, la ciudad que se ubicaba a orillas del Mar Muerto y que la ira divina destruyó a causas de sus incontables pecados.
Según el relato bíblico, dos ángeles avisaron a Lot, sobrino de Abraham, que dejara la ciudad antes de la destrucción, pero con una advertencia: no mirar atrás.
Durante la huída, la esposa de Lot se giró para ver como caía la ciudad, y fue convertida en la estatua de sal que, según la tradición, se puede ver todavía cuando se recorren los alrededores del Mar Muerto.
Hoy, el Mar Muerto es uno de los principales centros turísticos de Israel y entre los preferidos de los visitantes que llegan al país, con una moderna y sofisticada presencia de hoteles.
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