Es una de las grandes heroínas hebreas y su historia es recordada cada año en la festividad de Purim, pero muchos siglos después de protagonizar uno de los capítulos más deslumbrantes entre los relatos de la Biblia, la reina Ester se convirtió también en una santa cristiana.
A través de una compleja transformación impulsada por las crueldades de la Inquisición, la reina que salvó a su pueblo del exterminio a manos de los jerarcas persas del siglo V antes de la era común es también una santa para los cristianos, tan importante que se la compara con María.
«Los santos Padres ven en Ester, que intercedió por su pueblo, una figura de la Santísima Virgen María, auxilium christianorum«, señala por ejemplo el sitio Catholic.net. «Lo que Ester fue para su pueblo por disposición de Dios, lo es María para el pueblo cristiano», añade.
¿Pero cómo llegó Ester a esa posición? Un interesante artículo de la Biblioteca Nacional de Israel (BNI), publicado a tiempo para el Purim del 2024, nos recuerda que, en cierta manera, la reina volvió a «rescatar» a su pueblo muchos siglos después.
Empujados por las hogueras de la Inquisición, los judíos de España huyeron en un primer momento a la vecina Portugal, «pero pronto se vieron obligados a cruzar el Atlántico en su camino hacia el Nuevo Mundo», comienza explicando la nota de la BNI.
«Fueron bautizados como cristianos en contra de su voluntad y se vieron obligados a eliminar cualquier signo que hiciera alusión a su herencia judía -continúa-. Pero estaban dispuestos a arriesgar sus vidas para aferrarse a algo».
España, Portugal y el Nuevo Mundo
Entre esos mecanismos de autodefensa cultural y religiosa se destaca la historia de los conversos que inventaron una santa cristiana que en realidad era una reina judía, «para recordar quiénes eran realmente», apunta la autora del ensayo, Miryam Zakheim.
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La investigadora escribe que, a finales de la Edad Media, justo antes de la llegada de los europeos a América y la expansión de los grandes imperios coloniales, «a los judíos de España se les presentó una elección inequívoca: abandonar el país o convertirse al cristianismo».
Bajo semejante presión, en la España de la época de la expulsión de los judíos, decretada en marzo de 1492, y del «descubrimiento» de América, en el mismo año, ya existía una comunidad muy grande de «cristianos nuevos».
Se trataba de miles de judíos que se habían convertido al cristianismo bajo amenaza o por el deseo de mantener su estatus y bienestar económico.
Pero los españoles no aceptaban a los cristianos nuevos ni simpatizaban con ellos, a quienes denominaban «marranos» (cerdos), en especial con aquellos que de alguna manera lograron mantener su singularidad y riqueza después de convertirse.
«Influenciados por las masas y arrastrados por esta atmósfera general -apuntó Zakheim-, los reyes católicos Fernando e Isabel emitieron un decreto real exigiendo que todos los judíos abandonaran España en un plazo de tres meses».
Quienes decidieron marcharse tuvieron que renunciar a todas sus posesiones y emprender, en la pobreza, un viaje peligroso que se cobró la vida de muchos, incluso cuando se realizó en las mejores condiciones, destaca la autora.
La expulsión más famosa
«Muchos barcos que transportaban judíos fuera de España fueron hundidos, y los que no se ahogaron fueron torturados y masacrados», sigue Zakheim-. Y, sin embargo, según las estimaciones más bajas, más de 100.000 judíos abandonaron España en lo que probablemente sea la expulsión más famosa de la historia».
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La investigadora se centró para su artículo en una segunda oleada de judíos que se convirtieron al cristianismo por la fuerza y que residían principalmente en Portugal.
«Tenían incluso menos opciones para su conversión al cristianismo que los primeros conversos españoles» y «buscaron una forma secreta de preservar su herencia bajo la atenta mirada de la Inquisición», se lee en la nota de la BNI.
Para intentar preservar lo posible, dice la investigadora, «se aprovecharon de una de las prácticas de la fe católica, según la cual los creyentes a menudo ‘santifican’ varias figuras» y las convierten en figuras que pueden ser venerados.
El sentido de Santa Ester
Eso podía ocurrir -y a veces también se registra en la actualidad- incluso si la figura todavía no había recibido la canonización oficial de la Iglesia. Así fue que surgió «Santa Ester».
La figura de Santa Ester pasó a formar parte integral de los hogares de muchos conversos. «En sus paredes colgaban iconos con su imagen, las mujeres encendían velas en su honor» y los niños pequeños, a quienes el gran secreto familiar no podía ser revelado le rezaban cada noche.
Se trataba de una práctica peligrosa, porque «cualquier señal que indicara que una familia todavía se aferraba a su judaísmo resultaba en juicios» por parte de la Inquisición, dice la autora.
Con el tiempo, algunos conversos emigraron a los territorios controlados por España y Portugal en América del Sur. Llevaron a Santa Ester con ellos y se aseguraron, concluye Zakheim, de celebrar su día, que era «esencialmente» la festividad judía de Purim.