La industria de los comics en Estados Unidos fue fundada, en gran medida, por hijos de inmigrantes judíos. Así fue que, especialmente en sus primeros años, se convirtió en un reflejo de la vida, ideales y aspiraciones de la masiva comunidad judía norteamericana.
Por Miriam Eve Mora*
Hace casi cien años, una nave espacial construida a toda prisa se estrelló en Smallville, Kansas. Dentro se encontraba un bebé, el único sobreviviente de un planeta destruido. Al descubrir que poseía una fuerza y habilidades extraordinarias, el niño se comprometió a canalizar su poder para beneficiar a la humanidad y defender a los oprimidos.
Se trata de Superman: uno de los personajes más reconocibles de la historia, que llegó al público por primera vez en las páginas de Action Comics en 1938, lo que muchos fans consideran la historieta más importante en el recorrido del género.
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Como historiadora de la inmigración y la etnicidad estadounidenses, y aficionada de toda la vida a los comics, interpreto esta conocida obra de ficción como una alegoría sobre la inmigración y el sueño americano.
Es, en esencia, la historia definitiva de un inmigrante a principios del siglo XX, cuando muchos veían a Estados Unidos como una tierra de puertas abiertas, que brindaba a estos huérfanos del mundo la oportunidad de alcanzar su máximo potencial.
Acogido y criado por una familia rural bajo el nombre de Clark Kent, el bebé se empapó de las mejores cualidades de Estados Unidos. Pero, como todas las historias de inmigrantes, la de Kent tiene dos partes.
También está la historia del emigrante: la historia de cómo Kal-El (nombre de nacimiento de Superman) fue expulsado de su hogar en el planeta Krypton para abrazar una nueva tierra.
Esa historia de orígenes refleja la herencia de los creadores de Superman: dos de los muchos escritores y artistas judíos estadounidenses que marcaron el comienzo de la Edad de Oro de la historieta.
Historia judía…
La industria del comic estadounidense fue fundada, en gran medida, por hijos de inmigrantes judíos. Como la mayoría de las editoriales de principios del siglo XX, se centraba en la ciudad de Nueva York, hogar de la mayor población judía del país.

Aunque aún eran una minoría muy pequeña, la inmigración multiplicó por más de mil la población judía de Estados Unidos: de aproximadamente 3.000 en 1820 a aproximadamente 3.500.000 en 1920.
Las revistas de historietas todavía no se habían inventado, pero las tiras cómicas en los periódicos eran habituales. Comenzaron a finales del siglo XIX con historias populares con personajes recurrentes, como Yellow Kid, de Richard F. Outcault, y los Little Bears, de Jimmy Swinnerton.
Algunos creadores judíos lograron entrar en la industria, como Harry Hershfield y su comic Abie the Agent. Su éxito fue excepcional por tres razones: irrumpió en el comic convencional, su personaje principal también era judío y nunca adoptó un seudónimo anglicanizado, como muchos otros creadores judíos creían que debían hacerlo.
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Sin embargo, por lo general, a los judíos se les prohibía acceder a los trabajos más prestigiosos en el mundo de las caricaturas periodísticas. Una alternativa más accesible era el negocio más económico y de segunda categoría de reimprimir obras ya publicadas.
En 1933, Max Gaines, neoyorquino judío de segunda generación (nacido Maxwell Ginzburg), fundó una nueva publicación, Funnies on Parade, que recopilaba tiras cómicas preexistentes y las reproducía en folletos abrochados que se convirtieron en el estándar de la industria del comic estadounidense.
Posteriormente, fundó All-American Comics y Educational Comics.
Otro editor, Malcolm Wheeler-Nicholson, fundó National Allied Publications en 1934 y publicó el primer comic que incluía material completamente nuevo, en lugar de reimpresiones de tiras de periódico.
Wheeler-Nicholson unió fuerzas con dos inmigrantes judíos, Harry Donenfeld y Jack Leibowitz. En National, crearon y distribuyeron Detective Comics y Action Comics, precursores de DC, que se convertiría en uno de los dos mayores distribuidores de historietas.
Fue en Action Comics donde Jerry Siegel y Joe Shuster, dos inmigrantes de segunda generación de un barrio judío de Cleveland, encontraron un hogar para Superman. También sería donde dos jóvenes judíos del Bronx, Bob Kane y Bill Finger (nacidos como Robert Kahn y Milton Finger), hallaron espacio para su personaje, Batman, en 1939.

El éxito de esos personajes inspiró a otro prominente neoyorquino judío de segunda generación, el editor de revistas pulp Moses Martin Goodman, a incursionar en la producción de comics con su línea Timely Comics.
En su debut en 1939, presentó a los que se convertirían en dos de los superhéroes más conocidos de la industria: Human Torch y Sub-Mariner. Esos personajes serían pilares de la compañía de Goodman, incluso cuando se hizo más conocida como Marvel Comics.
Así nacieron los dos grandes de los comics, Marvel y DC, de humildes orígenes judíos.
…y las historias judías.
La creación y popularización de las historietas de superhéroes no es judía solo por su historia. Su contenido también reflejaba los valores y prioridades de la comunidad judía estadounidense de la época, influenciada por sus orígenes y tradiciones, así como por la corriente dominante estadounidense.
Algunos de los primeros comics fundamentales reflejaban la historia y los textos judíos, como Superman, que se asemeja al héroe judío Moisés.
El profeta bíblico nació en Egipto, donde los israelitas fueron esclavizados, y poco después el faraón ordenó el asesinato de todos sus hijos recién nacidos. De igual manera, el pueblo de Superman, los kriptonianos, se enfrentaba a una amenaza existencial: la destrucción de su planeta.

La vida de Moisés se salva cuando su madre lo lleva flotando por el Nilo en una cesta improvisada y alquitranada. Kal-El también es enviado a un lugar seguro en una embarcación improvisada. Ambos niños son criados por desconocidos en una tierra extraña y están destinados a convertirse en héroes para su pueblo.
Los comics también reflejaron los sentimientos y temores de los judíos en una época. Por ejemplo, tras la Kristallnacht (la noche de 1938 en la que se produjeron ataques generalizados y organizados contra judíos alemanes y sus propiedades, que muchos historiadores consideran un punto de inflexión hacia el Holocausto), Finger y Kane presentaron la Ciudad Gótica de Batman.
Era una ciudad que contrastaba sombríamente con la brillante metrópolis de Superman, un lugar donde los villanos acechaban en cada esquina y reflejaban el lado más oscuro de la humanidad moderna.
Algunos dibujantes y escritores de historietas utilizaron su plataforma para hacer declaraciones políticas. Jack Kirby (nacido Kurtzberg) y Hymie Joe Simon, creadores del Capitán América, explicaron que «sabían lo que estaba pasando en Europa».
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«Los acontecimientos mundiales nos dieron al villano perfecto para los comics, Adolf Hitler, con su hablar vociferante, su paso de ganso y su ridículo bigote. Así que decidimos crear al héroe perfecto que fuera su contrapunto», recordaron alguna vez.
El debut en historieta del Capitán América en 1941 presentó una portada de colores brillantes con el flamante héroe propinándole un puñetazo en la cara a Adolf Hitler.
En generaciones posteriores, los personajes creados por autores judíos siguieron lidiando con problemas de marginación, ocultando aspectos de su identidad y manteniendo su determinación de mejorar el mundo a pesar del rechazo.
First edition of a newly released superhero comic outrages American isolationists; cover shows new character «Captain America» punching Hitler, despite USA’s neutrality: pic.twitter.com/D3vp8GlTyp
— Second World War tweets from 1941 (@RealTimeWWII) March 1, 2019
Pensemos en Spider-Man, los Cuatro Fantásticos y los X-Men. Todos ellos fueron creados por Stan Lee, otro creador judío, cuyo verdadero nombre era Stanley Martin Lieber, quien entró en Timely Comics con tan solo 17 años.
Con tantos de los comics más populares escritos por judíos neoyorquinos y centrados en la ciudad, gran parte del lenguaje de la ciudad, con tintes idish y marcadamente judío, se filtró a las páginas. El Spider-Man de Lee, por ejemplo, exclama con frecuencia «¡oy!» o llama a los malos «putz» o «shmuck».
Años después, autores judíos como Chris Claremont y Brian Michael Bendis introdujeron o asumieron personajes convencionales abiertamente judíos, lo que reflejó una creciente aceptación de una identidad étnica judía más pública en Estados Unidos.
En X-Men, por ejemplo, Kitty Pryde relata sus encuentros con el antisemitismo contemporáneo. Magneto, quien a veces es amigo pero a menudo enemigo de los X-Men, desarrolló una historia de fondo como sobreviviente del Holocausto.
La historia nunca se trata solo de narrar, sino de comprender mejor las narrativas complejas. Las tendencias en la historia del comic, en particular en el género de superhéroes, ofrecen una perspectiva sobre cómo las ansiedades, ambiciones, patriotismo y sentido de pertenencia de los judíos en Estados Unidos cambiaron continuamente a lo largo del siglo XX.
Para mí, esta comprensión hace que la narración de estas historias clásicas sea aún más significativa y entretenida.
* Directora general del Raoul Wallenberg Institute, de la Universidad de Michigan / Publicado originalmente en The Conversation.