Es el máximo profeta del pueblo de Israel y uno de los más reconocidos personajes de la historia de la humanidad, pero no aparece en el relato «oficial» del éxodo de Egipto. ¿Dónde está Moisés en la Hagadá? Se pueden deducir algunas razones para esa llamativa ausencia.
Como desde hace siglos, las familias judías se reunirán una vez más alrededor de la mesa del Seder de Pésaj y leerán juntos la Hagadá, el breve libro que nos recuerda la amargura de la esclavitud bajo el faraón y la alegría y los valores de la libertad.
Es una historia cuyo protagonista fundamental es, obviamente, el hombre que sacó a los israelitas y los condujo hacia la tierra prometida, aquel que se ganó para siempre el nombre de Moshé Rabeinu, quien entregó al mundo los Diez Mandamientos.
Entonces… ¿por qué está prácticamente ausente de la Hagadá? Su nombre aparece una sola vez, y de una manera casual, casi como una referencia secundaria («Israel vio cuán grande se mostró el Eterno con los egipcios y el pueblo temió al Eterno y creyeron en Él y en Moisés Su siervo»).
«El más humilde de todos los hombres»
Por un lado, explica el rabino Yehuda Shurpin, la Hagadá nos recuerda en varias oportunidades que «no fue a través de ángeles o mensajeros que fuimos sacados de Egipto: más bien, se hizo a través de Dios mismo».
«Para enfatizar este punto, no mencionamos a Moisés en la Hagadá», agrega. Pero el propio profeta habría sido parte voluntaria de esa decisión.
Las escrituras señalan que Moisés «era el más humilde de todos los hombres», apunta Shurpin, y «es seguro asumir que él no querría ser el centro de atención y el objeto de adulación año tras año».
También puede existir un contexto histórico para la ausencia del profeta en el libro que, al fin y al cabo, relata su tiempo y circunstancia.
Dice Shurpin que algunos de los sabios que editaron la Hagadá -escrita durante varios siglos- vivieron en una era en la que grupos disidentes como los samaritanos buscaban convertir a Moisés casi en una deidad.
«Nuestros orígenes históricos fueron abiertamente milagrosos»
«Por lo tanto -hipotetizó-, sintieron la necesidad de enfatizar que los milagros fueron realizados por Dios mismo» y no por un simple hombre.
La historia del Éxodo, apunta por su parte el rabino Avi Weinstein, puede «llevar a creer que Dios tuvo que depender de Moisés para traer milagros al mundo, que Moisés no era completamente humano».
Pero el Seder, coincide Weinstein con Shurpin, «nos recuerda que Dios no solo fue el responsable final de la redención, sino que Dios fue enteramente responsable».
«Nuestros orígenes históricos fueron abiertamente milagrosos y maravillosos –escribió Weinstein-. Nuestros antepasados fueron testigos de la mano revelada de señales y prodigios».
Sin embargo hay que recordar, recomienda, que «si el mar se hubiera abierto y no hubiéramos estado allí para cruzar, hubiera sido una casualidad de la naturaleza». Lo que lo hace verdaderamente milagroso es que sucedió «cuando se lo necesitó».
«La esencia de lo que hace que un milagro sea un milagro es el momento en el que ocurre -concluyó-, algo tan necesario entonces como ahora».