La sangrienta tragedia de la dinastía asmonea, que enmarca históricamente la festividad de Janucá, podría considerarse, vista en perspectiva desde la actualidad de internet y streaming, como un verdadero Game of Thrones judío.
Así por lo menos lo ve una investigadora de la Biblioteca Nacional de Israel (BNI), según la cual en el siglo XXI «creemos que los conocemos por la historia de Janucá y sus milagros, pero la heroica victoria» de los macabeos fue sólo el prólogo de la historia más amplia del Reino Asmoneo».
Se trata de «una historia que comienza con el sueño de una sola familia de una Judea independiente, sigue con gloria militar y política ocultando una profunda podredumbre interna», y termina en «destrucción y muerte».
Claramente, un relato judío que compite con los mejores guiones de series como Game of Thrones y otras en su estilo que atrapan a millones de televidentes en todo el mundo.
Cada año, en el día 25 del mes hebreo de Kislev, celebramos el momento de una victoria gloriosa, una victoria que parecía casi imposible, «un verdadero milagro», recuerda la autora del artículo, Miryam Zakheim.
Pero esta victoria, advirtió, es en realidad solamente «el preludio de la historia de los asmoneos, como familia y como dinastía monárquica históricamente única en los anales del pueblo judío».
Los seléucidas, los «griegos» de la historia de Janucá
Para entender quiénes eran, propone la investigadora, «haríamos bien en volver a examinar la conocida historia de Janucá y mirar más allá del habitual fragmento de ‘felices para siempre’ en el que normalmente nos detenemos, para ver qué vino después de ese momento glorioso».
En la primera mitad del siglo II antes de la era cristiana, Jerusalén estaba gobernada por los seléucidas, a quienes a menudo llamamos «los griegos» en nuestras historias y oraciones de Janucá.
Seleuco I estuvo entre los generales que heredaron partes del extenso imperio de Alejandro Magno. El Imperio Seléucida, aunque más pequeño que el de Alejandro, se extendía en su apogeo desde Asia Menor, Mesopotamia, Siria y la Tierra de Israel, hasta el río Indo.
Por su parte, Antíoco IV llegó al poder en un mal momento para el reino: su padre acababa de sufrir una derrota muy grave a manos de una nueva potencia en ascenso en el oeste: Roma.
Perdió partes importantes de su imperio a manos de los romanos (y otras naciones que aprovecharon la oportunidad) y se vio obligado a firmar un humillante acuerdo de rendición que incluía reparaciones astronómicas.
Una mala decisión de Antíoco
Mientras tanto, cuenta Zakheim, Jerusalén y sus alrededores en Judea «habían disfrutado durante siglos, desde el famoso edicto de Ciro el Grande, de cierto grado de autonomía religiosa, siendo el sumo sacerdote judío el que presidía el culto en el templo».
El territorio había sido gobernado por una serie de imperios que se derrocaron entre sí: los babilonios, los medos, los persas, los macedonios, los ptolomeos y ahora los seléucidas. Pero durante la mayor parte de este tiempo, los judíos tuvieron un grado variable de libertad religiosa para mantener su culto en el Templo y los mandamientos y leyes de su fe.
Los historiadores, escribe la autora en el blog de los historiadores de la BNI, «están divididos sobre lo que llevó a Antíoco a cambiar este acuerdo que había funcionado tan bien para todos sus predecesores pero, cualquiera que sea la razón, decidió intervenir en las prácticas religiosas en Jerusalén y Judea, prohibiendo todos los rituales judíos y profanando el Templo».
Para Zakheim, es ahí «donde comienza la historia que todos conocemos y amamos», este relato al estilo de un Game of Thrones judío, aunque «el grado de precisión a menudo varía en la narración» de cómo «el sacerdote Matatías y sus cinco hijos levantaron la bandera de la rebelión».
Ya sea que la chispa fuera un intento de obligar a los residentes de Modi’in a ofrecer un sacrificio a los dioses griegos, o la historia de Hannah, la hija de Matatías, que se rebeló contra el aterrador decreto de «la primera noche», de cualquier manera, la batalla comenzó.
Grandes números de israelitas se reunieron alrededor de Matatías y sus hijos, todos hartos de la cruel opresión helénica y dispuestos a morir para volver a observar la Torá y sus mandamientos sin tener que esconderse.
La larga historia de una familia de Judea
Judá el Macabeo, el tercer hijo de Matatías, formó y dirigió el pequeño ejército rebelde, al principio con acciones de guerrilla y luego en batallas abiertas y organizadas contra el ejército seléucida. Subió con sus soldados a Jerusalén y logró tomar gran parte de la ciudad, sobre todo del Templo, que fue limpiado y purificado.
Se reanudaron los rituales religiosos judíos, el momento en que se realiza el milagro de Janucá, con las lámparas que duraron ocho días y dieron paso a la historia que recordamos cada año en memoria de la victoria de la luz judía sobre las tinieblas griegas.
Matatías había fallecido un año antes y no pudo ver el éxito de sus hijos. Un signo de este evento que celebramos cada año y que también fue el comienzo del largo camino hacia un gobierno judío independiente en Jerusalén y la Tierra de Israel.
«Un gobierno que en última instancia se convertiría en una monarquía para todos los efectos y que terminaría en sangre, mucha sangre», apunta la investigadora de la Biblioteca Nacional de Israel.
La paz no llegó después de las famosas victorias iniciales de los macabeos. Los seléucidas no se apresuraron a renunciar a las tierras que habían gobernado y, aunque los decretos de Antíoco fueron rescindidos, los reyes helenísticos mandaron más tropas para luchar contra los rebeldes en Judea.
«Seis años después del milagro del aceite que duró ocho días en lugar de uno, Judá fue derrotado por el general Báquides, cayendo en la batalla de Elasa. Su hermano Eleazar también murió cuando fue pisado por uno de los elefantes de guerra del ejército seléucida», recuerda la nota.
Jonatán, el diplomático
«Durante un tiempo -agregó-, pareció que el status quo original se había restablecido: las persecuciones religiosas griegas habían cesado, pero también, al parecer, la victoria asmonea».
Zakheim apunta que los asmoneos y sus seguidores «no se dejaron llevar por la desesperación», y que el liderazgo de la rebelión fue asumido por otro hermano, Jonatán, «que era un comandante talentoso y, quizás lo más importante, un hábil diplomático».
Devolvió a los asmoneos a Jerusalén después de una serie de victorias militares, mientras negociaba con las potencias regionales, explotando las interminables luchas internas entre quienes reclamaban la corona seléucida.
Jonatán convenció a las autoridades seléucidas para que le dieran un control efectivo y, en el 150 antes de la era cristiana, recibió los títulos de general y meridarca (similar a un gobernador civil).
La tragedia de este Game of Thrones judío no tardó en volver: Jonatán logró mantener los títulos durante siete años antes de ser asesinado por un gobernante seléucida, Diodoto Trifón, y fue reemplazado como líder por Simón, el último hermano que quedaba con vida.
Aunque muchos estudiosos cuestionan casi todos los detalles sobre este período, «una cosa sigue siendo inequívocamente clara: los hijos de Matatías no pelearon entre ellos», destaca la autora.
«La antorcha siguió pasando de un hermano a otro mientras la lucha contra los seléucidas continuaba, los hermanos morían uno tras otro, y el liderazgo del siguiente nunca fue cuestionado por sus hermanos», remarcó.
Una fiesta sangrienta
Simón, el último de los hermanos, fue quien consiguió la independencia plena de Judea. Cuando tomó las riendas del control civil de manos de los seléucidas y se levantó la carga fiscal (en el 140 antes de la era cristiana), comenzamos oficialmente a contar los años del reinado asmoneo.
Lamentablemente, después de seis años de relativa tranquilidad, los conflictos familiares alentados por los seléucidas provocaron tragedia y traición.
El suegro de Simón, Ptolomeo hijo de Abubo, quien recibió el control de la ciudad de Jericó y sus alrededores mientras mantenía relaciones secretas con Antíoco VII, invitó a Simón y a sus hijos a una fiesta en su casa, donde fueron cruelmente asesinados.
Ptolomeo esperaba ganarse el trono de Judea, pero uno de los hijos de Simón, Juan Hircano, no asistió a esa sangrienta fiesta, sobrevivió a su padre y se convirtió en príncipe y sumo sacerdote en Jerusalén.
Durante el reinado de Juan Hircano se profundizó la brecha entre las facciones religiosas judías. El líder que escapó al plan de Ptolomeo había comenzado su gobierno como su padre y sus tíos antes que él: como jefe religioso y sacerdote gobernando con un amplio apoyo público.
Camino a la monarquía absoluta
Pero una serie de decisiones que tomó y disputas respecto de su posición empujaron su forma de gobierno hacia la de una monarquía absoluta basada en la fuerza de las armas, poco diferente de lo que se podía ver en las monarquías helenísticas circundantes.
Sus sucesores continuarían potenciando esta tendencia. La cultura griega comenzó a volverse dominante en las instituciones y costumbres de la clase dominante. Juan (Iojanan) fue el primero en adoptar un nombre griego (Hircano) y, después de él, eso prácticamente se convirtió en el estándar.
Hircano gobernó Judea durante treinta y un años, siendo el primer mandatario asmoneo que murió por causas naturales. Antes de su muerte, intentó entregar el poder a su esposa. Pero a su hijo, Judá Aristóbulo I, no le gustó la idea.
Cuando su padre murió, simplemente encarceló a su madre y a la mayoría de sus hermanos y se declaró rey. Un giro de la trama de la historia digno de un guionista de Game of Thrones, judío o no.