Investigadores de la Autoridad de Antigüedades de Israel (AAI) encontraron una misteriosa huella de una mano grabada en un foso seco de 1.000 años de antigüedad que rodeaba la Ciudad Vieja de Jerusalén.
Durante una serie de excavaciones en las viejas fortificaciones defensivas en la zona de la calle Sultán Solimán, los arqueólogos descubrieron parte de un profundo foso defensivo que rodeaba las murallas, probablemente del siglo X de la era cristiana o anterior.
En un punto, tallado en el muro del foso, se descubrió una huella «inexplicable» de una mano tallada, dijeron voceros de la AAI.
Según Zubair Adawi, el director de las excavaciones, el público «no es consciente de que esta transitada calle está construida directamente sobre un enorme foso, un enorme canal excavado en la roca, de al menos diez metros de ancho y entre dos y siete metros de profundidad».
La función del foso, que rodea toda la Ciudad Vieja, era impedir que enemigos que sitiaran Jerusalén pudieran «acercarse a las murallas e irrumpier en la ciudad», añadió Adawi.
Habitualmente llenos de agua, siguió el experto, fosos de este tipo «son muy conocidos en las fortificaciones y los castillos de Europa, pero aquí estaba seco».
Los impresionantes muros y portones de la Ciudad Vieja que son visibles actualmente fueron construidos en el siglo XVI precisamente por el sultán Suleimán I, el magnífico, en el período del imperio otomano.
«Las primeras murallas de fortificación que rodeaban la antigua ciudad de Jerusalén eran mucho más fuertes», apuntó el doctor Amit Reem, director regional de la AAI.
«En la época de las batallas entre caballeros, las espadas, las flechas y las cargas de caballería -describe-, las fortificaciones de Jerusalén eran formidables y complejas, con muros y elementos para contener a los grandes ejércitos que asaltaban la ciudad».
Reem señaló que los ejércitos que trataban de capturar la ciudad en la Edad Media «tenían que cruzar el profundo foso y, más allá, dos gruesos muros de fortificación adicionales, mientras los defensores dejaban caer sobre ellos una lluvia de fuego y azufre».
«Y como esto no era suficiente -destacó Reem-, había en las fortificaciones túneles secretos, algunos de los cuales fueron descubiertos por los arqueólogos de la Autoridad de Antigüedades de Israel, en excavaciones anteriores».
De esa manera, explicó, los defensores de la ciudad «podían salir al foso y atacar al enemigo por sorpresa, y luego desaparecer nuevamente en la ciudad».
De hecho, los historiadores que acompañaron la Primera Cruzada describieron la llegada de los expedicionarios a las murallas de Jerusalén en junio de 1099.
«Exhaustos por la travesía -los citó Reem-, se posicionaron frente al enorme foso, y sólo después de cinco semanas lograron cruzarlo con tácticas desplegadas y a costa de mucha sangre, bajo un intenso fuego de los defensores musulmanes y judíos».
En el transcurso de la excavación se encontró la misteriosa huella de mano pero, por ahora, los arqueólogos no lograron descifrar su significado.
«¿Acaso simboliza algo? ¿Acaso señala un elemento específico cercano? ¿O es sólo una broma local? El tiempo lo dirá», señalaron los investigadores.