Hacia finales del siglo XIX y los primeros años del XX, París era un hervidero de autores latinoamericanos. Entre ellos se destacaban el nicaragüense Rubén Darío y el poeta mexicano Amado Nervo, quienes aprovecharon su estadía en la capital francesa para crear y forjar contactos
Esta es, precisamente, una historia de Rubén Darío y un futuro líder sionista, uno de los más famosos de hecho, pero que en aquellos años todavía se dedicaba principalmente a la medicina y a provocar con sus teorías sobre el arte y la psiquiatría.
Poco tiempo antes de volcarse definitivamente al sionismo, empujado por aquel baldazo de agua fría que fue el caso Dreyfus, el «asimilado» Max Nordau -nacido Simon Maximilian Südfeld el 29 de julio de 1849 en Pest (hoy Budapest)- era considerado un «amigo de las letras hispanoramericanas».
La relación del médico judío con los autores del nuevo continente fue tan intensa que Darío -que había nacido Félix Rubén García Sarmiento el 18 de enero de 1867 en Metapa- le llegó a dedicar un capítulo de su conocido libro «Los raros», de 1896.
Según los expertos en literatura, la influencia de Nordau fue, de todas maneras, breve. Y la clave fue su libro «Entartung» («Degeneración», de 1892), en el que Nordau lanzaba un duro ataque moralista sobre los artistas.
Discípulo de Cesare Lombroso, que también era judío, el médico húngaro abrevó en las controvertidas teorías del criminólogo, derivadas del darwinismo social. La figura del italiano quedó para siempre asociada con su idea de que el crimen tiene raíces biológicas más que sociales.

«Entartung» fue «muy comentado y criticado» en su época, señalaba José Luis Luna, profesor de la Universidad de California-Berkeley en un artículo de la Revista Iberoamericana en 1939.
El médico judío húngaro era conocido por su amistad con Rubén Darío y otros escritores latinoamericanos
En el libro, decía Luna, Nordau trataba de «demostrar que muchos de los artistas y autores de fines del siglo XIX son degenerados» y «poseen las características de criminales».
También que los «malsanos deseos» de esos escritores «se satisfacen en la creación artística, la cual para Nordau carece de valor».
De alguna extraña manera, las ideas del médico judío, que se había instalado en la capital francesa en 1880, impactaron al grupo de poetas latinoamericanos en París, quienes, de paso, buscaban aprovechar la modesta luz de fama que la compañía del célebre autor de «Entartung» les prestaba.
Siempre según Luna en su artículo de 1939, «la importancia de Nordau fue pasajera». El escritor judío de Pest «fue conocido y respetado por numerosos autores, pero su dogmatismo y su pose moralizadora no le permitieron crearse un puesto duradero» en aquel universo intelectual.
En todo caso, «entre los hispanoamericanos fue muy bien acogido» y «la importancia que los literatos americanos le dieron la merecía como pago por el interés que el mostró en ellos».
Darío, por su parte, escribió en «Los raros» que -por ejemplo- ciertas obras de Paul Verlaine eran «motivo para dar razón al iconoclasta Max Nordau en sus diagnósticos y afirmaciones».
(Verlaine es precisamente uno de los escritores al que el nicaragüense le dedicó un capítulo en el libro, junto a Nordau, Edgar Allan Poe, Henrik Ibsen, José Martí y Léon Bloy, entre otros.

Nordau, escribió Darío en el capítulo dedicado al médico judío, «no se contenta con dirigir su escalpelo hacia Verlaine, el gran poeta desventurado o a uno que otro extravagante de los últimos cenáculos de las letras parisienses».
Al parecer, Max Nordau tenía un carácter «huraño y antipático»
«Él sentencia a decadentes y estetas, a parnasianos y diabólicos, a ibsenistas y neomísticos, a prerrafaelistas y tolstoistas, wagnerianos y cultivadores del yo», resumía el entonces futuro autor de «Cantos de vida y esperanza».
Volviendo a Luna, el profesor de la Universidad de California-Berkeley comentaba que la atracción por Nordau en los ambientes intelectuales de la capital francesa estaba combinada con el interés por Sigmund Freud y Richard von Krafft-Ebing, entre otros.
«Es dificil determinar cómo se establecieron relaciones íntimas entre Nordau y el grupo hispanoamericano», se lee en el artículo de la Revista Iberoamericana. Para peor, el húngaro «se habia hecho de las mis firmes enemistades con su ‘Entartung’ y tenía un carácter huraño y antipático«.
Y si bien «sus ideas (…) impulsadas por un sentido archiapostólico eran todo lo contrario de las que se podian hallar en los escritores hispanoamericanos fin de siecle en París», al menos «durante unos años Nordau fue buen amigo de casi todos» esos autores llegados desde el otro lado del Atlántico.

Con el paso de los años, Darío se desempeñó también como embajador en España y se consagró como una de las grandes plumas latinoamericanas. Nordau, por su lado, volvió al judaísmo de la mano del sionismo tras el terremoto causado por el caso Dreyfus.
El congreso sionista y Herzl
Junto con Teodoro Herzl, Nordau fue uno de los grandes impulsores del primer Congreso Sionista, celebrado en la ciudad suiza de Basilea en agosto de 1897.
Incorregible, también tuvo tiempo para desarrollar el concepto del judío muscular, es decir, el «nuevo» hebreo europeo en buena forma física, en condiciones de marchar a recrear la nación de Israel en el Medio Oriente.
Cuando su fama de provocador y el peso de su libro sobre los artistas «degenerados» ya se habían desvanecido, Nordau falleció en Francia el 23 de enero de 1923, reconocido como uno de los grandes líderes sionistas.
Rubén Darío, aquejado por las consecuencias del alcoholismo, había partido antes, el 6 de febrero de 1916 en León, en su país natal, con apenas 49 años de edad.