Los Acuerdos de Abraham que normalizaron las relaciones diplomáticas de Israel con varios países árabes siguen trayendo beneficios
Ahora se trata de los etrogs que llegaron desde Marruecos a Israel a tiempo para una nueva festividad de Sucot.
Los etrogs, o citrones, una variedad del limón amarillo que también se conoce como cidra, son un elemento fundamental en Sucot, ya que forman parte de las Arba Minim, las «cuatro especies» vegetales que se utilizan durante las ceremonias en esta Fiesta de los Tabernáculos.
Agitar las cuatro plantas -una mitzvá que ya aparece en la Torá- es un deber en estas fiestas y representa, en especial, la unidad de los judíos, más allá de su grado de observancia religiosa.
Además del etrog, las otras tres «especies» son una rama de palmera datilera (lulav), tres mirtos (hadasim) y ramas con hojas de sauce.
La importancia de las cuatro especies en general, y del etrog en particular, no puede ser subestimada. En el caso de la fruta cítrica, los judíos más ortodoxos pueden pagar grandes sumas por un etrog con la forma «perfecta».
En la «competencia» por el etrog perfecto corren los que se producen en Israel y también los que crecen en Marruecos, donde vivía una enorme comunidad judía hasta antes de la creación del estado de Israel, en 1948.
La cuestión es que el Sucot de este año coincide con los resultados del proceso agrícola conocido como «shmitá», el año sabático en el que la tierra también «descansa».
En Israel, la mayoría de los productores no se ajusta a la «shmitá», pero sí lo deben hacer los que cultivan etrog, porque las frutas que crecen en el año sabático no son kosher y, en consecuencia, no llegan al mercado religioso, donde están casi todos sus consumidores.
Los etrogs marroquíes muestran cómo «dos religiones pueden ayudarse entre sí»
Así es que, en esta ocasión, los preciados etrogs llegarán una vez más desde Marruecos, pero esta vez, gracias a los Acuerdos de Abraham -que Israel firmó en agosto del 2020 con los Emiratos Árabes Unidos y con Bahrein, y poco después con el país norafricano-, de manera directa.
Antes de los acuerdos, «siempre teníamos que vender a través de un tercer país», recordó Hervey Levy, un empresario y miembro de la comunidad judía de Agadir, en Marruecos, que opera una granja de etrog.
«Podía ser Turquía, podía ser España, podía ser Italia», pero «tenía que transitar a algún lugar» antes de llegar a Israel, añadió Levy, entrevistado por la Jewish Telegraphic Agency (JTA).
El comercio de etrogs, apuntó por su lado Einat Levi, ex jefa de asuntos económicos de la misión diplomática de Israel en Marruecos, es una muestra especial del potencial de las relaciones económicas bilaterales.
También citada por la JTA, la funcionaria dijo que se trata de un lazo comercial «simbólico», porque «muestra cómo dos religiones pueden defenderse entre sí» y ayudarse.
Es que la historia marroquí de cultivar estas frutas tiene que ver con la amistad y la tolerancia: cuando los judíos no podían trabajar la tierra a causa de la «shmitá», sus vecinos musulmanes les brindaban «lo necesario durante ese año para mantener el ritual y la tradición», dijo Levi.
De hecho, algunos relatos afirman que los árboles de etrog fueron plantados por primera vez en las montañas del Atlas, en el Magreb, hace casi 2000 años por judíos que encontraron refugio entre los bereberes después de la destrucción del Segundo Templo en Jerusalén.