Aunque no existen estadísticas oficiales, los protagonistas de esta historia estiman que fueron «decenas» los soldados judíos argentinos movilizados durante la guerra de Malvinas. En cambio, sí se sabe que cinco rabinos fueron designados como sus capellanes
El desembarco argentino en las islas controladas por Gran Bretaña, el 2 de abril de 1982, conmocionó al país y al mundo. Miles de soldados argentinos, en su mayoría reclutas del servicio militar obligatorio, se desplegaron en las islas y en la zona sur del país, en la fría Patagonia.
Obviamente, varios de esos soldados eran judíos, algo imposible de evitar en un país con una de las comunidades hebreas más grandes del mundo, que ahora se calcula en alrededor de 180.000 personas, o más.
(En el 2019, la Sociedad Hebraica Argentina homenajeó a cuarenta de esos veteranos judíos, a los que nombró «socios distinguidos» de la institución).
Tampoco se pudo evitar que esos soldados sufrieran el acoso y los tormentos de incontables oficiales de las fuerzas armadas de Argentina, en ese momento gobernada por una dictadura militar con una gran facción ultramontana y antisemita.
Algunas de esas historias fueron recogidas en el que es, quizás, el libro más importante sobre el tema, «Los rabinos de Malvinas», del periodista argentino Hernán Dobry, donde se repasan relatos de veteranos judíos del conflicto y de los cinco religiosos que actuaron como capellanes.
En una acción de relaciones públicas, los militares argentinos designaron a cinco rabinos como capellanes
Uno de esos «sacerdotes militares» fue Baruj Plavnick, un discípulo del rabino estadounidense Marshall Meyer, un notable defensor de los derechos humanos de recordada actuación frente a los desmanes de la dictadura.
Junto a Plavnick -quien falleció en el 2021 a causa de la pandemia de coronavirus-, en el sur de Argentina, en las ciudades de Comodoro Rivadavia, Trelew y Río Gallegos, estuvieron desplegados los rabinos Efraín Dines, Felipe Yafe, Tzvi Grunblatt y Natán Grunblatt.
Ninguno pudo llegar a las islas Malvinas. En retrospectiva, algunos de ellos afirman que la razón fue, precisamente, el antisemitismo de una importante porción de los mandos militares, que a regañadientes aceptaron la presencia de los capellanes judíos, siempre y cuando permanecieran en el continente.
Pero las peores consecuencias del sentimiento anti-judío de muchos oficiales argentinos las sufrieron los soldados, algunos de los cuales estuvieron en las trincheras cavadas en las islas para enfrentar a las tropas británicas.
Marcelo Eddi, uno de esos reclutas judíos, contó alguna vez que pidió marchar a las islas a combatir solamente para alejarse del oficial a cargo de su regimiento, que se encontraba en el continente.
«Un día nos forman a todos y dicen: ‘van a cruzar a Malvinas’, y a mí me sacan a un costado», relató Eddi. «El teniente primero que nos acompañaba era como el hijo de Hitler, porque era nazi, se vestía igual y se peinaba con gomina para atrás», continuó.
Algunos soldados judíos vivieron la guerra bajo «constantes recuerdos del nazismo»
Después de anunciar la salida de los soldados hacia Malvinas, el oficial «se paró al lado mío y me dijo: ‘voy a llevar todos soldados criollos, no un judío’«.
Eddi buscó la forma de ser transportado a las islas junto a sus compañeros «criollos». Y explicó: «elegí ir a la guerra para no sufrir más el maltrato, prefería que me mataran a seguir bancándome la colimba«, como se conocía en Argentina el servicio militar, por las palabras COrrer LIMpiar BArrer.
Otro recluta judío, Marcelo Laufer, contaba que «el antisemitismo que había adentro era muy intenso, con amenazas de muerte permanentes» contra esos soldados que estaban defendiendo al país, incluso en medio de aquella aventura sin sentido de la dictadura militar.
Laufer aseguró haber vivido en medio de constantes «recuerdos del nazismo», con oficiales que «me llegaban a decir: ‘no entiendo cómo ustedes están acá, si ya los tendrían que haber matado a todos'».
Finalmente, la guerra concluyó en junio de 1982 con la victoria de los británicos, quienes enfrentaron a unas fuerzas armadas argentinas repletas de oficiales ineptos, y muchos de ellos cobardes, recordados no por su valentía sino, precisamente, por el maltrato a sus propios soldados.
Quienes sí se destacaron fueron los pilotos de la aviación militar argentina, quienes aplicaron varios golpes a las fuerzas británicas, en ocasiones a bordo de aviones llegados desde Israel (pero esa es otra historia).
Al terminar la contienda, 649 soldados argentinos y 255 militares británicos habían muerto. Y, cuarenta años después de los combates, las islas siguen en manos del gobierno de Londres.