Las historias de los combatientes argentinos en la guerra con Gran Bretaña de 1982 combinan heroísmo y sufrimiento. En el caso de los soldados judíos en las islas Malvinas, se agregan tristes dosis de tortura y violencia antisemita a manos de muchos de sus propios oficiales.
Así lo recuenta un nuevo libro del autor argentino Hernán Dobry, conocido por un volumen anterior, «Los rabinos de Malvinas», que descubrió para el gran público la aventura de los capellanes judíos que fueron aceptados a regañadientes por los jerarcas militares argentinos durante la guerra.
Según el Ministerio de Defensa del país sudamericano, del conflicto militar que arrancó el 2 de abril de 1982 participaron por el lado argentino 23.428 combatientes. La misma fuente indica que entre los caídos se cuentan 649 argentinos y 255 británicos.
En cuanto a los soldados de religión judía que formaron parte de las tropas argentinas que salieron a reconquistar las islas y combatieron allí hasta perder ante la potencia europea en junio de 1982, es complicado elaborar una estadística certera.
Y si bien se puede estimar que fueron algunas decenas de combatientes judíos, prácticamente todos ellos conscriptos que estaban cumpliendo el servicio militar obligatorio, conseguir sus relatos no es tarea sencilla
Es que la mayoría de ellos cayó en el olvido, como ocurrió con los soldados argentinos en general, de cualquier religión: a su regreso quedaron marginados, a menudo con problemas económicos y lastimados por una alta tasa de suicidios.
La cabeza en agua congelada
Para su nuevo libro, Los soldados judíos de Malvinas, recientemente publicado por la editorial Hebraica, Dobry logró recuperar el testimonio de cuarenta y tres conscriptos y suboficiales israelitas que participaron del conflicto militar.
Entre las conclusiones de su investigación, el periodista estableció que por lo menos el 33 por ciento de ellos sufrió diversos niveles de antisemitismo de parte de sus oficiales y suboficiales. Y no se trató solamente de insultos, sino también de torturas físicas.
Dobry afirma que el 10 por ciento de los soldados judíos que entrevistó para su libro fue «estaqueado» en medio de los combates, es decir, amarrados al suelo con correas por sus extremidades, en medio del frío austral.
Además, «a algunos los molían a trompadas o les ponían la cabeza en agua congelada», dijo el periodista durante una entrevista radial, y «también hubo insultos y desprecio por la comunidad judía» argentina.
El periodista apuntó que, para poder comprender las razones del antisemitismo en la guerra de Malvinas «hay que entender que venía pasando en todos los cuarteles desde antes».
Las fuerzas armadas de la nación sudamericana venían impregnadas por una formación cristiana fundamentalista y anti-judía, a lo que se agregó, desde la década del ’30, un sector directamente filo-nazi.
«Ya no estaban en el cuartel, sino en una guerra»
De todas maneras, aseveró Dobry, si bien «el antisemitismo que había en los cuarteles de la Argentina continuó en Malvinas», eso «no quiere decir que todos los oficiales fueron antisemitas o maltrataron a los (soldados) judíos».
Conversando con IsraelEconomico, el periodista consideró «irracional» que «los oficiales y suboficiales que maltrataron a su tropa, incluso los que incurrieron en casos de antisemitismo, no se dieran cuenta de que ya no estaban en el cuartel, sino que estaban en una guerra».
En efecto, los casos de maltratos y abusos contra los conscriptos en las islas Malvinas fueron muy numerosos, tanto sobre soldados judíos como cristianos o ateos.
Tratándose de los judíos, la crueldad fue simplemente «una continuidad de lo que ocurría en el servicio militar obligatorio», porque «el antisemitismo existía en los cuarteles y eso lo sabía cualquier soldado antes, durante y después de Malvinas», afirmó el autor.
Incluso en medio de esa «irracionalidad», matizó Dobry, es, al fin y al cabo, «comprensible» que ocurrieran esos abusos y torturas a manos de un ejército que también gestionaba centros clandestinos de detención «con prácticas ‘especiales’, crueles y sádicas, contra los judíos».
(Esas prácticas ya se habían dado a conocer en 1981, un año antes de la guerra de Malvinas, por el prestigioso periodista argentino Jacobo Timerman en el libro Preso sin nombre, celda sin número, donde relató su experiencia en uno de esas cárceles secretas de la dictadura de 1976-1983).
Aviones y misiles
Consultado sobre la relación del gobierno de Israel con las autoridades argentinas durante el conflicto militar, Dobry describió los lazos de cooperación militar entre los dos países como un escenario de «necesidad y urgencia».
Por un lado, explicó, la industria israelí de las armas podía en aquel momento, pocos años después de la guerra de Iom Kipur de 1973, «venderle solamente a estados parias», como era el caso de Argentina durante la dictadura.
Aunque el gobierno de Jerusalén estaba al tanto de las prácticas de represión de los militares argentinos, incluyendo la «desaparición» de opositores y guerrilleros, y hasta rescató a numerosos activistas judíos a través de su embajada en Buenos Aires, «no tenía a quien más vender» sus armas.
Esa compleja relación resultó en la provisión de equipos de comunicación, cifradores, minas antitanque y antipersonales y los misiles para los aviones Dagger y Mirage que la Fuerza Aérea de Argentina había adquirido a Israel.
También llegaron a América del Sur desde el Medio Oriente «tanques suplementarios de combustible» para los aviones argentinos, lo que provocó, afirmó Dobry, que los barcos británicos tuvieran que alejarse por un tiempo de las islas escapando de la reforzada amenaza de los Dagger argentinos.
Irónicamente, mientras crecían esos lazos militares, incluso a pesar del disgusto de muchos oficiales argentinos por tener que recibir armas de «los judíos», en Malvinas muchos soldados de religión hebrea eran maltratados.