A mediados de agosto último, un niño inquieto y curioso visitaba junto a su familia un conocido museo de Haifa, en el norte de Israel, con tanta mala fortuna ese día que se acercó a un invaluable jarrón antiguo y lo hizo caer y romperse en pedazos.
La noticia recorrió el mundo con títulos obvios como «¡Desastre! Niño de 4 años destruye un jarrón histórico que valía varios millones». Pero las autoridades del Museo Hecht se tomaron las cosas con paciencia y compasión.
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En primer lugar, el jarrón, de unos 3500 años de antigüedad, fue llevado al taller de restauración, donde los expertos pusieron enseguida manos a la obra para rescatar la pieza arqueológica.
Y, una semana después del accidente, invitaron al pequeño Ariel Geller, a su familia y algunos amiguitos a visitar el taller. Incluso le prepararon un pequeño kit de restauración para que practique con una réplica de jarrón antiguo.
En aquella ocasión, los directivos del museo comentaron que el episodio, que en las redes sociales había producido comentarios enojados y jocosos, «se convirtió en una historia amplia, profunda y sustancial».
Inbal Rivlin, la directora del museo, remarcó que nadie en el Hecht estaba mínimamente enojado con Ariel o con su familia.
El jarrón «más famoso del mundo»
El desenlace fue bastante sencillo y amable: Ariel pasó por el taller de restauración y el 12 de setiembre el invaluable jarrón antiguo volvió a su lugar.
«El cántaro más famoso del mundo (al menos en las últimas semanas) regresó a su lugar de residencia habitual en la entrada del Museo Hecht de la Universidad de Haifa», contaron desde la institución.
Esta «celebridad local» en forma de jarrón, un recipiente de la Edad de Bronce que probablemente se usó para almacenar vino o agua, se sometió a «un proceso de curación» a cargo de Roy Shapir, «nuestro experto en conservación», agregaron.
Ahora, completaron desde el museo, la vasija está nuevamente en exhibición, como en los últimos treinta y cinco años: «invitamos al público a venir y apreciar el cántaro que nos enseñó a todos una lección o dos sobre inclusión, compasión, simpatía y también educación».
Shapir, por su parte, dijo que la reparación fue bastante sencilla, ya que las piezas pertenecían a un solo jarrón. Los arqueólogos, explicó, a menudo se enfrentan a la tarea más abrumadora de examinar montones de fragmentos de varios objetos e intentar unirlos.
Los expertos utilizaron tecnología 3D, videos de alta resolución y pegamento especial para reconstruir minuciosamente el gran cántaro.
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Con este final feliz, el episodio será seguramente una buena anécdota que acompañará para siempre al inquieto Ariel y para su familia.
En el momento del accidente, su padre, Alex Geller, confesó que Ariel, el menor de sus tres hijos, es «excepcionalmente curioso». Quizás en el futuro se convierta en arqueólogo…