Por Karla Goldman *
Un memorial en idish, italiano e inglés recuerda ahora a las víctimas de una de las grandes tragedias del movimiento internacional de los trabajadores y las trabajadoras.
El Edificio Brown, de diez pisos, lugar de uno de los desastres laborales más mortíferos en la historia de Estados Unidos, se encuentra a una cuadra al este del Washington Square Park en la ciudad de Nueva York. A pesar de que tres placas de bronce señalan su importancia, durante mucho tiempo fue fácil pasar de largo sin prestarle atención.
Sin embargo, siempre es bueno recordar que, el 25 de marzo de 1911, miles de neoyorquinos se reunieron frente a lo que entonces se conocía como el Edificio Asch, sede de la Triangle Shirtwaist Factory.
Atraídos por un breve pero furioso infierno, presenciaron horrorizados cómo docenas de trabajadores y trabajadoras que no tenían forma de escapar se reunían en los alféizares de las ventanas del noveno piso, saltaban desesperadamente y se estrellaban contra las aceras, muy abajo.
Los carros de bomberos tirados por caballos respondieron en cuestión de minutos a los informes del incendio, que se desató el sábado por la tarde a la hora de cierre y sólo tardaron media hora en sofocar las llamas. Pero el fuego se había salido con la suya.
Ciento cuarenta y seis personas perdieron la vida. La mayoría de los que murieron trabajaban en el noveno piso, donde las medidas de seguridad consistían en poco más que cubos de agua, a pesar de la potencial bomba incendiaria que los rodeaba: contenedores desbordados de telas y pelusas desechadas, combinados con patrones de papel de seda colgados del techo.
Las puertas cerradas, una escalera de incendios inadecuada y otras violaciones de las normas contra el fuego hicieron que muchos trabajadores no pudieran encontrar otra salida que las ventanas.
Los bomberos se quedaron amontonando los cuerpos sin vida en la acera. La gran mayoría eran niñas o mujeres jóvenes: trabajadoras mal pagadas y la mayoría de ellas inmigrantes judías o italianas.
En octubre de este año, la coalición Remember the Triangle Fire inauguró un impactante memorial en el lugar de la tragedia.
La instalación inicial presenta una cinta de acero inoxidable que se extiende en dos hilos paralelos a lo largo de la planta baja, mostrando los nombres de las víctimas y los testimonios de los sobrevivientes, escritos en sus idiomas nativos: inglés, idish e italiano.
En los próximos meses se añadirá otra cinta que se girará suavemente desde el alféizar de la ventana del noveno piso hasta el nivel del suelo y volverá a subir.
Se trata de un monumento que ofrece un recordatorio audaz y elegante no sólo del incendio sino de su huella en el mundo que habitamos hoy. Cuando pregunté a los estudiantes de mi clase de historia en la Universidad de Michigan si habían oído hablar del incendio del Triangle, me sorprendió ver que casi todos levantaron la mano.
Muchos estaban familiarizados con cómo el desastre inspiró el crecimiento del activismo laboral y la protección de los trabajadores. Sin embargo, pocos de ellos habían pensado en el papel central de las mujeres judías estadounidenses, el foco de mi investigación.
Dos años de tensiones
Apenas dos años antes del incendio, una huelga por las condiciones laborales en la fábrica Triangle Shirtwaist había desencadenado una serie de acciones laborales que culminaron en el Levantamiento de las 20.000, la mayor huelga de mujeres estadounidenses de la historia.
Ese activismo disciplinado fue dirigido por un pequeño grupo de jóvenes judías inmigrantes de clase trabajadora. Años antes, básicamente habían creado una rama propia (el Local 25) dentro del International Ladies’ Garment Workers’ Union, el sindicato de trabajadoras de la confección.
Su ejemplo provocó una oleada de huelgas en todo el país y obligó al movimiento sindical a tomar finalmente en serio las necesidades de los trabajadores y trabajadoras no calificados.
Los patrones del Triangle y otros propietarios contrataron matones para atacar a las líderes de la huelga y a los piqueteros. La policía también se sintió libre de golpear a los manifestantes, lo que sólo disminuyó cuando simpatizantes de clase alta se unieron a los piquetes, generando temor entre los agentes de que pudieran estar golpeando a figuras de la sociedad.
Triangle Factory fue una de las 339 fábricas que «llegaron a un acuerdo» con el sindicato en febrero de 1910, con concesiones que incluían salarios más altos, una semana laboral de 52 horas, cuatro días festivos pagados por año y la promesa de no discriminar más a los miembros del sindicato.
Sin embargo, el llamado de las huelguistas a mejorar los estándares de seguridad fue ignorado por los representantes sindicales varones y los propietarios que habían llegado al acuerdo.
Fuerza moral
El Local 25 pasó de unos pocos cientos a 10.000 miembros en el transcurso de la huelga de 1909-10. Esa destreza organizativa se volvería a ver en la ola de protesta e indignación que siguió al incendio de 1911.
La fuerza de los sindicatos se pudo ver en la marcha fúnebre que acompañó a las siete víctimas no identificadas del incendio hasta un cementerio municipal, mientras una multitud de 400.000 personas se reunieron para marchar o observar la procesión.
El poder de la indignación moral de los activistas surgió con toda su fuerza en una reunión conmemorativa celebrada unos días después.
Los trabajadores se mostraron inquietos cuando filántropos ricos, funcionarios municipales y reformadores liberales prometieron comisiones de investigación, lo que temían significaría pocos cambios reales.
Rose Schneiderman, una de las activistas laborales inmigrantes de clase trabajadora que había ayudado a organizar la huelga de 1909, también estaba en la reunión. La reformista Frances Perkins, que pronto se convertiría en una aliada cercana, notó que Schneiderman temblaba por la pérdida de camaradas, amigas y compañeros de trabajo.
Schneiderman subió al podio y desde allí criticó la brutalidad de la industria y apuntó sobre el poder no concretado de los propios trabajadores. «Sería una traidora a esos pobres cuerpos quemados -declaró- si viniera aquí a hablar de buen compañerismo».
«Hemos probado» que las medidas de seguridad «tenían deficiencias», señaló. Pero también «sé por experiencia que corresponde a la clase trabajadora salvarse» a si misma, dijo Schneiderman a la audiencia.
Nacimiento del New Deal
Sin embargo, la clase trabajadora terminó necesitando aliados como Perkins, quien jugó un papel decisivo en el establecimiento de un comité ciudadano sobre seguridad, y luego también de una comisión legislativa de Investigación de las fábricas.
El día del incendio, Perkins había estado disfrutando de un té en la casa de un amigo en Washington Square y corrió hacia la conmoción a través del parque, llegando al lugar para ver cuerpos cayendo del cielo. Esa escena y el discurso de Schneiderman le dejaron una impresión imborrable, como a muchos neoyorquinos.
Por varias razones, incluida la protesta pública por el incendio, este fue el momento en que la maquinaria política de la ciudad de Nueva York comenzó a cambiar su enfoque y abordar las necesidades de los trabajadores.
This week we officially opened the new Triangle Shirtwaist Factory Fire Memorial.
— Governor Kathy Hochul (@GovKathyHochul) October 14, 2023
As we honored the 146 New Yorkers tragically killed in one of the worst workplace tragedies in history, we also reaffirmed New York’s unwavering commitment to protect and fight for all workers. pic.twitter.com/hmHlu0K7Je
Schneiderman y otros activistas trabajaron con Perkins en investigaciones que llevaron a la revisión de las leyes laborales y de seguridad de Nueva York, como una semana laboral con un máximo de horas.
Las jóvenes cuyo dolor había galvanizado la respuesta pública continuaron su trabajo sindical, viajando por todo el país para ayudar a organizar muchas de las huelgas que inspiró su activismo. Algunas también tuvieron impacto a nivel gubernamental.
Por ejemplo, Schneiderman se hizo amiga íntima de Eleanor Roosevelt e influyó en sus puntos de vista sobre las necesidades de los trabajadores, así como en los de su esposo, Franklin D. Roosevelt.
Perkins se convirtió en secretaria de Trabajo de Roosevelt en 1933 y fue la primera mujer en ocupar un puesto en el gabinete de Estados Unidos. Incorporó las reformas de Nueva York nacidas tras el incendio al New Deal, la serie de programas sociales que el presidente introdujo para ayudar a los norteamericanos que luchaban durante la Gran Depresión.
También Schneiderman tuvo un papel: fue la única mujer que formó parte de la Junta Asesora Laboral del New Deal. Como Perkins recordó más tarde, el día del incendio del Triángulo fue «el día en que nació el New Deal«.
Durante 112 años, las víctimas de la Triangle Shirtwaist Factory gritaron en silencio desde las aceras y los marcos de las ventanas del edificio Brown, que ahora forma parte del campus de la Universidad de Nueva York.
El nuevo memorial pide a los transeúntes que se detengan, observen y honren esa media hora horrible, grabada de forma indeleble en la historia de la ciudad de Nueva York y de Estados Unidos.
* Profesora de Trabajo Social y Estudios Judaicos de la Universidad de Michigan / Publicado originalmente en The Conversation.