Cuando este 17 de enero se conmemore el trigésimo aniversario de la Operación Tormenta del Desierto -la ofensiva que la coalición liderada por Estados Unidos lanzó en 1991 sobre Irak-, para los israelíes será la ocasión de recordar días de terror bajo los misiles Scud, en medio de una guerra en la que el país participó de una manera muy singular
En efecto, bajo presión de Estados Unidos, Israel se abstuvo de disponer sus propias represalias contra el régimen de Bagdad después de empezar a recibir el impacto de los Scuds en su territorio, pero algunos historiadores afirman que la amenaza de usar bombas nucleares fue, al mismo tiempo, lo que disuadió a Saddam Hussein de usar armas químicas.
El complicado escenario se desató el 2 de agosto de 1990 cuando Irak invadió a su vecino Kuwait, provocando una crisis geopolítica que tuvo en los ricos pozos petroleros del emirato el centro de un conflicto económico que preocupó seriamente a las potencias occidentales.
Tras la invasión, el mundo se vio envuelto en una frenética danza diplomática con reclamos de uno y otro lado, para lograr la salida pacífica de las tropas iraquíes de Kuwait. Sin embargo, a pesar de las negociaciones -que incluyeron contactos directos entre Bagdad y Washington-, estaba claro que Hussein no estaba dispuesto a dar marcha atrás.
El presidente iraquí ya venía lanzando amenazas contra Israel, uno de sus principales enemigos históricos, desde antes del comienzo de la guerra. En abril de 1990, por ejemplo, Hussein afirmó: «Lo juro por Dios, haremos que nuestro fuego se coma a la mitad de Israel si intenta algo contra Irak».
Presagiando los temores y las dudas que se harían realidad pocos meses después con la caída de los primeros Scud sobre Israel, Hussein aseguró: «no necesitamos una bomba atómica porque tenemos armas químicas avanzadas».
Apenas Irak ocupó el territorio kuwaití, altos funcionarios de Israel y de Estados Unidos comenzaron a mantener incontables conversaciones. Para enfrentar a Bagdad, el Pentágono conformó una alianza internacional que incluyó varios países musulmanes, entre ellos Egipto y Arabia Saudita, y buscaba evitar que una participación israelí provocase el quiebre de esa alianza.
Para mantener a Israel fuera del combate propiamente dicho, Estados Unidos prometió al gobierno del entonces primer ministro, Itzjak Shamir, proveer baterías de misiles interceptores Patriot y liquidar las bases de los Scud iraquíes en «no más de dos días».
Sin embargo, los cálculos estadounidenses no fueron correctos, y los misiles iraquíes cayeron en Israel durante varios días antes de que los ataques sobre las batería de los Scud tuvieran algún efecto.
Durante alrededor de cuatro semanas, aproximadamente treinta y ocho misiles Scud impactaron en territorio israelí en diecinueve ataques distintos que alcanzaron las zonas de Tel Aviv y Haifa y -más adelante durante la guerra- intentaron golpear la base atómica de Dimona, en el sur del país.
Según el periodista estadounidense Seymour Hersh, apenas cayó el primer misil iraquí, el 18 de enero, un satélite norteamericano detectó que lanzadores de misiles israelíes armados con ojivas nucleares se movieron a la superficie y se desplegaron en dirección a Irak.
Luego, los servicios de inteligencia estadounidenses detectaron otras señales que indicaban que Israel se había puesto en alerta nuclear total y que ese nivel permanecería en vigor durante semanas, añadió Hersh en su libro «The Samson Option: Israel, America and the Bomb».
La amenaza israelí fue tan creíble, coinciden muchos analistas, que Saddam Hussein entendió el mensaje y evitó montar cargas químicas en los misiles Scud, una decisión que tuvo gran incidencia en el resultado de la guerra.
Otra versión, en este caso volcada en las memorias del entonces ministro de Defensa estadounidense, Dick Cheney, afirman que, después de otro de los fatales impactos de los misiles iraquíes, «comandos israelíes abordaron helicópteros preparados para volar a Irak», pero que la misión fue abortada gracias a una llamada telefónica desde el Pentágono.
Desde que concluyó la guerra, a fines de febrero de 1991 con la victoria de la coalición encabezada por Estados Unidos, las cifras sobre los muertos en Israel siguen siendo disputadas.
El ministerio de Exteriores de Israel dice que fueron dos las personas fallecidas a causa del impacto directo de los misiles iraquíes, pero el número de muertos llegaría a setenta y cuatro si se tienen en cuenta ataques cardiacos y los accidentes con las máscaras de gas y las inyecciones de atropina.