Por Peter Mansoor *
¿Puede la Franja de Gaza convertirse en un nuevo Afganistán?
A aíz de la impactante invasión del sur de Israel por parte de militantes de Hamas el 7 de octubre, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, prometió destruir al grupo fundamentalista.
«Estamos luchando contra un enemigo cruel, peor que ISIS», proclamó cuatro días después de la invasión, comparando a Hamas con el grupo Estado Islámico, que fue derrotado en gran medida por las fuerzas estadounidenses, iraquíes y kurdas en el 2017.
Ese mismo día, el Ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, fue más allá y afirmó: «borraremos esta cosa llamada Hamas, ISIS-Gaza, de la faz de la tierra. Dejará de existir».
Fueron palabras fuertes, pronunciadas tras el horrible ataque terrorista que mató a más de 1300 israelíes y culminó con el secuestro de más de 150 personas. Y, en una afirmación reveladora, el embajador israelí ante la ONU, Gilad Erdan, comparó el ataque con el derribo de las torres gemelas y el ataque al Pentágono en el 2001, declarando: «Este es el 9/11 de Israel».
Como estudioso de la historia militar, creo que la comparación es interesante y reveladora. A raíz de los ataques terroristas del 11 de setiembre por parte de Al Qaeda en Estados Unidos, el presidente George W. Bush hizo una promesa similar, declarando: «nuestra guerra contra el terrorismo comienza con Al Qaeda, pero no termina allí. No terminará hasta que todos los grupos terroristas de alcance global hayan sido encontrados, detenidos y derrotados».
La respuesta de Estados Unidos al 11 de setiembre incluyó la invasión de Afganistán en alianza con el Frente Unido Afgano, la llamada Alianza del Norte. Los objetivos inmediatos eran expulsar del poder a los talibanes y destruir a Al Qaeda.
Se pensó muy poco y se dispusieron menos recursos en lo que sucedería después de alcanzar esos objetivos. En sus memorias del 2010, Decision Points, el ex presidente Bush recordó una reunión del gabinete de guerra a finales de septiembre del 2001, cuando preguntó a los presentes: «‘Entonces, ¿quién gobernará el país (Afganistán)?’ Se hizo silencio».
Las guerras que se basan en la venganza pueden ser efectivas para castigar a un enemigo, pero también pueden crear un vacío de poder que desencadene un conflicto largo y mortal que no logra generar una estabilidad sostenible. Eso es lo que pasó en Afganistán y eso es lo que podría pasar en Gaza.
Una guerra de resultados débiles
La invasión estadounidense derrocó a los talibanes del poder a finales del 2001, pero la guerra no terminó. Una administración interina encabezada por Hamid Karzai asumió el poder mientras un consejo de líderes afganos, llamado loya jirga, redactaba una nueva constitución para el país.
Las organizaciones de ayuda no gubernamentales e internacionales comenzaron a entregar asistencia humanitaria y apoyo a la reconstrucción, pero sus esfuerzos no estaban coordinados. Los entrenadores estadounidenses comenzaron a crear un nuevo Ejército Nacional Afgano, pero la falta de financiación, la insuficiencia de voluntarios y las instalaciones inadecuadas obstaculizaron el esfuerzo.
El período 2002-2006 fue la mejor oportunidad para crear un estado afgano resiliente con suficientes fuerzas de seguridad para defenderse de un resurgimiento de los talibanes. Sin embargo, debido a la falta de enfoque, recursos inadecuados y una mala estrategia, Estados Unidos y sus aliados desperdiciaron esa oportunidad.
Como resultado, los talibanes pudieron reconstituir sus fuerzas y regresar a la lucha. A medida que la insurgencia cobró impulso, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN aumentaron sus niveles de tropas, pero no pudieron superar la debilidad del gobierno de Kabul y la falta de un número adecuado de fuerzas de seguridad afganas capacitadas.
A pesar de un aumento de fuerzas en Afganistán durante los dos primeros años de la administración Obama y el asesinato de Osama bin Laden en el 2011, los talibanes no conocieron nuevas derrotas. Cuando las tropas occidentales abandonaron en gran medida el país a finales del 2014, las fuerzas afganas tomaron la iniciativa en las operaciones de seguridad, pero su número y competencia resultaron insuficientes para detener la marea talibán.
Las negociaciones entre Estados Unidos y los talibanes no llegaron a ninguna parte, ya que los líderes de la organización fundamentalista se dieron cuenta de que podían apoderarse por la fuerza de lo que no podían obtener en la mesa de negociaciones. La entrada de los talibanes en Kabul en agosto del 2021 no hizo más que poner un signo de exclamación a una campaña que Estados Unidos había perdido muchos años antes.
Un objetivo que es difícil de lograr
Mientras continúa su respuesta al ataque de Hamas, el gobierno de Jerusalén haría bien en recordar las últimas dos décadas de guerra, a menudo indecisa, llevada a cabo tanto por Estados Unidos como por Israel contra grupos insurgentes y terroristas. La invasión de Afganistán finalmente fracasó porque los formuladores de políticas estadounidenses no pensaron en el estado final de la campaña mientras exigían venganza por los ataques terroristas del 11 de setiembre del 2001.
La invasión israelí de Gaza bien podría conducir a un atolladero indeciso si el objetivo político no se considera de antemano.
Israel invadió Gaza dos veces, en el 2009 y el 2014, pero rápidamente retiró sus fuerzas terrestres una vez que sus líderes calcularon que habían restablecido la disuasión. Esta estrategia –llamada por los líderes israelíes «cortar el césped», con ataques punitivos periódicos contra Hamas– demostró ser un fracaso.
El objetivo recientemente declarado de destruir a Hamas como fuerza militar es mucho más difícil que eso.
Como descubrieron cuatro administraciones presidenciales estadounidenses en Afganistán, crear estabilidad después de un conflicto es mucho más difícil que derrocar a un régimen débil en primer lugar.
Hay que recordar que el único conflicto exitoso contra un grupo terrorista en las últimas dos décadas, contra el grupo Estado Islámico entre el 2014 y el 2017, terminó con Raqqa en Siria y Mosul en Irak reducidos a escombros y miles de hombres, mujeres y niños enviados a campos de detención.
Israel tiene la capacidad de arrasar Gaza y arrestar a segmentos de la población, pero eso puede no ser prudente.
Hacerlo podría servir al impulso inmediato de vengarse de sus enemigos, pero Israel probablemente recibiría una condena internacional masiva por crear un desierto en Gaza y llamarlo paz, y así renunciaría a la autoridad moral que reclama tras los ataques de Hamas.
* Profesor de Historia, Cátedra General Raymond E. Mason Jr. de Historia Militar, Ohio State University / Publicado originalmente en The Conversation.