En el costado «oscuro» de la biografía de Churchill se encuentran algunos escritos de 1920, donde el entonces secretario de Estado para la Guerra repetía algunas de las fantasías acerca de una «conspiración judía mundial»
Hay quienes afirman, precisamente, que el impulso que Churchill dio a la creación de Israel fue una manera elegante de «mudar» a los judíos desde Europa hacia un país propio en el Medio Oriente.
Pero, como fuera, sus declaraciones de 1921 resultaron un empujón clave para el movimiento sionista de entonces.
La historia comienza el 24 de marzo de 1921, cuando Churchill llegó a la ciudad de Gaza desde El Cairo, acompañado por Herbert Samuel, un veterano político judío del Partido Liberal del Reino Unido, quien había sido designado como el primer Alto Comisionado de Gran Bretaña para Palestina, y nada menos que el legendario coronel Thomas Edward Lawrence, cuya vida fue relatada en la no menos legendaria película «Lawrence de Arabia».
Churchill ocupaba también en ese momento el puesto de secretario de Estado para las Colonias, el organismo que, como su nombre lo indica, se ocupaba de las colonias ocupadas por los británicos alrededor del mundo.
Durante su visita a Jerusalén, Churchill pintó «un hermoso paisaje de puesta de sol sobre la ciudad»
Según recuerda un reciente artículo del blog de la Biblioteca Nacional de Israel, Churchill, Lawrence y Samuel habían «pasado casi tres semanas en El Cairo reuniéndose con otros altos funcionarios británicos para remodelar los restos del Imperio Otomano» caído tras la Primera Guerra Mundial, y «crear los nuevos reinos árabes de Irak y Transjordania».
La visita a la entonces Palestina bajo mandato británico duró ocho días, durante los cuales Churchill se entrevistó con dirigentes árabes y judíos que compartían tensamente el espacio de la Tierra Santa.
Según el artículo, escrito por el historiador Lee Pollock, en aquel momento el estadista británico «ya simpatizaba con las aspiraciones judías de tener un hogar nacional en Palestina», con lo que Londres ya se había comprometido a través de la Declaración Balfour de noviembre de 1917.
Sin embargo, matiza el autor, el apoyo de Churchill «se vio atenuado por las preocupaciones sobre el costo de administrar el nuevo mandato y una ansiedad aún mayor sobre la capacidad de la comunidad judía y sus vecinos árabes» para coexistir.
Pollock, fideicomisario y ex director ejecutivo de la International Churchill Society, relata que el dirigente británico se instaló en Jerusalén, adonde, además de las entrevistas con representantes árabes y judíos, tuvo tiempo para desarrollar su afición por la pintura y «crear un hermoso paisaje de puesta de sol sobre la ciudad, una obra que aún es propiedad de sus descendientes».
Volviendo a la política, durante su estadía en Jerusalén, Churchill recibió un documento de treinta y cinco páginas preparado por un Congreso de Árabes Palestinos, adonde se repetían -también- numerosos estereotipos antisemitas.
«Mi corazón está lleno de simpatía por el sionismo», aseguró el futuro primer ministro británico
«Churchill rechazó enérgicamente sus afirmaciones», destacó Pollock, quien incluyó en su artículo algunos de los comentarios de Churchill. Por ejemplo, el dirigente británico respondió que «es manifiestamente correcto que los judíos tengan un Hogar Nacional».
«¿Y dónde más podría ser eso sino en esta tierra de Palestina, con la que durante más de 3.000 años han estado íntima y profundamente asociados» los judíos?, añadió.
Un día antes, el futuro primer ministro había plantado un árbol en el monte Scopus y realizado una histórica declaración: «mi corazón está lleno de simpatía por el sionismo. El establecimiento de un Hogar Nacional Judío en Palestina será una bendición para todo el mundo», afirmó.
Antes de regresar a El Cairo, en la noche del 30 de marzo, Churchill visitó el asentamiento agrícola de Rishon LeZion y la flamante ciudad de Tel Aviv, de apenas doce años, y se entrevistó con su alcalde, Meir Dizengoff.
Y, cuando ya había vuelto a Londres, aseguró a los legisladores de la Cámara de los Comunes que «cualquiera que haya visto el trabajo de las colonias judías quedará impresionado por los enormes resultados productivos que han logrado desde el suelo más inhóspito», en lo que, veintisiete años después, sería el estado de Israel.