En medio de la tragedia y las muertes, el atentado contra la mutual judía AMIA, el 18 de julio de 1994 en Buenos Aires, dejó grandes lecciones para los médicos de Argentina que atendieron a las víctimas, y que pudieron ser aplicadas luego en otros desastres y durante la pandemia de coronavirus.
Así lo afirma un libro preparado por el joven médico Martín Merenzon, quien participó en las tareas de contención de los efectos del COVID-19 desde el Hospital de Clínicas de la capital argentina y se preguntó sobre los orígenes recientes de los sistemas de emergencias.
Merenzon, que es neurocirujano, buscó respuestas en los médicos que lo inspiraron durante sus estudios y su carrera, en especial su mentor, el doctor Guillermo Del Bosco, un reconocido profesor que tuvo un importante papel en las primeras atenciones a las víctimas del atentado.
En sus conversaciones con Del Bosco, «quise saber cómo habían manejado y vivido catástrofes médicas en situaciones previas» al coronavirus, como fueron el atentado terrorista contra la AMIA y un letal incendio en el club nocturno Cromañon, en el 2004, que dejó 194 muertos, cuenta Merenzon en su libro.
A través de Reflexiones médicas a partir de las catástrofes – El Hospital de Clínicas: de la AMIA al COVID, de la editorial Eudeba, el neurocirujano compartió los recuerdos de su mentor, en particular los de la mañana del 18 de julio de 1994.
«Cuando entendí la magnitud de la catástrofe llamé a mi secretaria y le dije que cancele todos mis pacientes, llamé a mi novia y le dije que iba a estar fuera del radar por unos días, y llamé a mi familia y les dije que no iba a estar ‘contactable’ por el resto de la semana», le dijo Del Bosco a su ex alumno.
«Estar enfocado»
«La definición que se me viene a la cabeza es estar despojado -continuó-. Desocupar la cabeza para estar enfocado en una sola cosa».
A las 9.53 de la mañana de aquel lunes, siguió el prestigioso profesor argentino entrevistado por Merenzon, «estaba entrando al hospital cuando explotó la primera bomba».
«En esa época era coordinador de sala en la Unidad de Terapia Intensiva del Hospital de Clínicas. Sentí la vibración y que se movió todo. Entendí que algo grande había pasado. ¿Sabés lo que es sentir que se mueve la tierra en el corazón de la Capital Federal? Bueno, hasta ese día, yo tampoco», graficó.
Luego, Del Bosco ofreció al autor del libro detalles estremecedores. Después de la explosión, narró, «entraron cien heridos graves en una hora». Y explicó que «se dice que en la primera hora de una catástrofe a gran escala, llega la mitad de los heridos a la guardia y que el resto llega a lo largo del día en goteo lento».
Más tarde, siguió Del Bosco, «hubo un segundo derrumbe que lo vimos en la televisión de la sala de médicos de la terapia» y «ahí volvió a aumentar de forma abrupta el número de casos».
«Llegaban muchas personas al mismo tiempo»
Los pacientes, rememoró, «presentaban fracturas expuestas, shock hemorrágico, aplastamiento de miembros, trauma de abdomen, falla renal por crush síndrome».
Al hospital, prosiguió, «llegaban muchas personas al mismo tiempo, en cualquier tipo de condiciones, cubiertos de polvo y escombros, con lesiones de toda índole, algunas deformantes que no permitían identificarlos».
Hasta el Hospital de Clínicas «espontáneamente vinieron médicos que no estaban de guardia -sigue el relato-. Hubo solidaridad ordenada, hubo unión. Sin la red de unidad no se hubiera podido sostener el impacto» causado por el atentado, que dejó ochenta y cinco muertos y unos 300 heridos.
Del Bosco también recordó que «dos o tres días» después de la explosión llegó a Buenos Aires para ayudar en la asistencia un equipo de médicos israelíes «con mucha experiencia en politrauma, por razones obvias».
«Entablé una relación profesional estrecha con un psicoanalista que era argentino, pero vivía allá, y que también formaba parte del ejército y había participado en cinco guerras en su país», señaló.
El psicoanalista argentino-israelí, apuntó Del Bosco, «insistía mucho en evitar que el enfermo fuera una víctima, en que la enfermedad no contribuyera a la victimización, para que la tragedia fuera solo evento, pero no razón de ser, que no lo impregnara para toda su vida».
Una atención «efectiva y organizada»
Entrevistado por el periódico Perfil, de Buenos Aires, Merenzon contó que, mientras trabajaba en el Hospital de Clínicas en los peores momentos del coronavirus, «noté que la atención a las víctimas del atentado terrorista a la AMIA y de la tragedia de Cromañón fue efectiva y organizada, aun dentro del caos que reinaba en el momento».
Y que eso le sirvió de estímulo durante la lucha contra el COVID.
De todas maneras, el neurocirujano lamentó que el aprendizaje sobre aquellos duros momentos de Cromañon y del atentado a la AMIA solamente son aprovechados de manera aleatoria y «no fueron sistematizados».
«Fueron un momento de brillantez y esplendor, pero que no produjeron un cambio profundo y duradero en la comunidad médica en general» en Argentina, completó.