Mientras se vuelve a hablar alrededor del mundo de la supuesta conveniencia de contar con fuentes de energía nuclear, crecen en Israel las voces que proponen la construcción de una planta atómica en el país, una tarea que -de todas maneras- se presenta muy complicada.
En efecto, energía nuclear está dejando de ser mala palabra y muchos países están trabajando en proyectos para construir este tipo de plantas en sus territorios.
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La tendencia está creciendo también en Medio Oriente, donde los Emiratos Árabes Unidos (EAU) ya pusieron a punto la central de Barakah, con cuatro poderosos reactores, y se espera que Turquía y Egipto, entre otras naciones, sigan esos pasos.
¿Y en Israel? Las cosas no son tan sencillas porque el país es uno de los pocos que no firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT, por la sigla en inglés de Nuclear Non-Proliferation Treaty) en vigencia desde 1970 y cuyo objetivo es restringir la posesión de armas atómicas.
Un temible club exclusivo
Antes de la firma del acuerdo, en 1968, los países que ya habían llevado a cabo sus propias pruebas con bombas nucleares o las habían utilizado en una guerra, quedaron exceptuados de esas restricciones y forman un club muy exclusivo.
Obviamente Estados Unidos (que lanzó bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki durante la Segunda Guerra Mundial) es miembro de ese grupo, al igual que China, Rusia, Gran Bretaña y Francia.
Pero hay otras naciones que desarrollaron armas atómicas en las décadas siguientes: Pakistán, India y Corea del Norte. Aunque no está confirmado, también Israel contaría con ese tipo de armas.
Para mantener la ambigüedad sobre la presunta posesión de armas nucleares, Israel nunca firmó el NPT. El país cuenta con dos sitios de investigación atómica: el Centro Soreq, en Yavne, y la base en Dimona, en el Negev, presuntamente conectado al proyecto armamentístico.

Se trata de un obstáculo clave para el desarrollo de centrales nucleares para uso civil, ya que al no ser firmante del NPT -por razones más o menos claras- el país no puede recibir la necesaria ayuda exterior para diseñar y construir este tipo de plantas de energía.
Una planta muy distinta a la de Dimona
«Se deben invertir importantes recursos en la construcción de una central nuclear civil», explicó el profesor Shaul Chorev, ex jefe de la Comisión de Energía Atómica de Israel.
Entrevistado por el periódico Israel Hayom, Chorev apuntó que, en el país, «lamentablemente carecemos de la capacidad industrial y de la mano de obra profesional para avanzar en la construcción de un reactor de energía civil de forma independiente».
Además, profundizó, «es necesario obtener combustible nuclear para un reactor en cantidades relativamente grandes, a diferencia de la pequeña cantidad de combustible necesaria para un reactor de investigación».
«Como no somos signatarios del NPT, ninguna entidad estará dispuesta a suministrarnos combustible para dicho reactor», destacó el científico.
Chorev recordó que, a mediados de la década del ’70 del siglo pasado, Estados Unidos «permitió a Israel contratar a Westinghouse para construir una planta de energía nuclear en el país».
Sin embargo, el acuerdo fue cancelado después de la primera prueba nuclear de la India en 1974, «lo que llevó a las potencias nucleares a concluir que el TNP por sí solo no detendría la proliferación» de armas atómicas y las llevó a imponer reglas más duras en este terreno.
Así fue que se creó el Grupo de Proveedores Nucleares, una organización de cuarenta y ocho países, que en la actualidad «se niega a transferir materiales y equipos relacionados con la energía nuclear a Israel», señala el reportaje de Israel Hayom.
Esquivar las reglas
Sin embargo, los especialistas consultados por el diario se mostraron de acuerdo en que Israel podría eventualmente esquivar esas restricciones y obtener de alguna manera los materiales y la mano de obra calificada para construir centrales de energía nuclear.

Además, el país sigue la tendencia global que volvió a poner la energía nuclear del lado de los «buenos». Según el doctor Uri Nissim Levy, un coronel retirado y experto en defensa nuclear, «la opinión pública está cambiando en Israel y en todo el mundo».
Levy señaló, en ese sentido, una serie de encuestas realizadas este año en Estados Unidos que mostraron que más del 60 por ciento de la población de ese país apoya la energía nuclear, «en parte porque la Unión Europea la clasificó como verde hace un año y medio».
«Muchos líderes, ex funcionarios y científicos, incluidos los del Ministerio de Energía -dijo Levy-, creen que no hay razón para no avanzar en la energía nuclear en Israel», incluso a la sombra del recuerdo de Chernobyl y el desastre más reciente de Fukushima, en Japón, en el 2011.
Los temores
En el caso de que Israel finalmente se decida a construir una planta de energía nuclear, seguirá presente un miedo mayúsculo, el de los posibles ataques terroristas, un temor que creció más todavía después del ataque de Hamas del 10 de octubre del 2023.
¿Cómo se puede afrontar el miedo a un ataque terrorista o a un desastre causado por un desperfecto en una eventual central atómica? Chorev tiene la solución: una planta nuclear flotante.
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No es una idea disparatada: Rusia opera desde hace ya algunos años el Akademik Lomonosov, un buque no autopropulsado que funciona como una central nuclear y produce energía eléctrica.
«Si una empresa extranjera opera un reactor de este tipo fuera de las aguas territoriales del estado», es decir, a unos 20 kilómetros de la costa, concluyó Chorev, esa planta «podría cumplir con los requisitos del NPT, ya que los reactores estarían fuera de nuestro territorio soberano».