Uno de los padres fundadores de Estados Unidos, Benjamin Franklin -un hombre complejo que había explotado y vendido esclavos y luego se convirtió en un decidido sostenedor de la abolición- tuvo una singular conexión con el judaísmo
Si bien nunca ocupó ningún cargo especialmente destacado en los primeros años del nuevo país, Franklin es uno de los más grandes próceres norteamericanos, a la altura de su contemporáneo George Washington o de un gran presidente que llegaría más tarde, Abraham Lincoln.
Parte de esa popularidad se debe a que Franklin -nacido en 1706 en Boston, cuando todavía era parte de la colonia británica- fue un hombre de múltiples talentos: un reconocido científico, diplomático y científico, entre otras ocupaciones.
Como uno de los grandes intelectuales de su época, Franklin acompañó el progreso de las ideas y rápidamente se convirtió en un elemento clave de la revolución independentista, por ejemplo, consiguiendo armas vitales de Francia mientras se desempeñaba como enviado en París.
Franklin también fue un consumado escritor, autor de libros que desafiaron al paso del tiempo, como «The Way to Wealth». Pero es en su autobiografía donde se encuentra el impensado -en el momento de su publicación- eslabón con la religión judía.
Además de notable político, Franklin fue un consumado escritor y filósofo
En efecto, en el repaso de su vida el gran inventor y político norteamericano incluyó una especie de guía de autoayuda basado en el tratamiento de trece rasgos del comportamiento: templanza, silencio, orden, resolución, frugalidad, laboriosidad, sinceridad, justicia, moderación, limpieza, tranquilidad, castidad y humildad.
La idea de Franklin, que había desarrollado este programa cuando era todavía un joven veinteañero, era trasladar todas estas reflexiones y ejercicios a un libro propiamente dicho, pero el prócer falleció en 1790 sin cumplir ese objetivo y la guía quedó solamente en su volumen de memorias.
Veinte años después de la muerte de Franklin, un ejemplar de esa autobiografía llegó a las manos del rabino Menahem Mendel Lefin, de Satanov, en lo que hoy es Ucrania, uno de los pioneros del movimiento de la Haskalá, la Ilustración Judía de fines del siglo XVIII y gran parte del XIX.
Aquel texto de la examinación y práctica de las virtudes que había preparado Franklin encajaba muy bien con el movimiento de la Haskalá, que buscaba integrar al judaísmo con el entorno europeo de la Ilustración, que a su vez buscaba imponer los valores del conocimiento y la razón.
Fue en 1808 que Lefin publicó su libro «Heshbon Hanefesh», al que muchos señalan como un derivado del programa de Franklin pero que, desde entonces, hizo su camino a cientos de yeshivot en todo el mundo, manteniéndose relevante hasta la actualidad.
Tanto Franklin como el rabino habían establecido la necesidad de «un programa práctico de modificación de la conducta para lograr el cambio individual», señaló la investigadora Nancy Sinkoff.
El «Heshbon Hanefesh» es considerado un derivado de parte de la autobiografía de Franklin
Citada en un artículo de Shai Afsai en la revista JewishBoston, Sinkoff señaló que ambos también estaban de acuerdo en que «la superación personal requería un plan estructurado de modificación de la conducta».
El Heshbon Hanefesh, apuntó Afsai, «recibió la aprobación de prominentes rabinos, fue acogido por el movimiento ético judío Mussar y se convirtió en uno de los muchos textos hebreos que aún se estudian en las yeshivot», las escuelas ortodoxas de Torá y Talmud.
Existe otro capítulo de la conexión entre Franklin y los judíos, pero es mucho menos agradable: la invención por parte de grupos nazis de Estados Unidos de un texto antisemita atribuido al prócer norteamericano.
«Franklin Prophecy» («La profecía de Franklin», también conocida como «La falsificación de Franklin»), es un discurso inventado por los editores de la revista nazi estadounidense Liberation en el que le hacen pronunciar una supuesta advertencia sobre la presencia de la comunidad judía en el país.
El texto fue difundido en 1934 y, aunque fue rápidamente puesto en evidencias por reconocidos historiadores que demostraron que no existían pruebas de su autenticidad, todavía sigue dando vueltas por internet.