Su carrera estaba despegando de manera espectacular cuando sufrió un accidente de automóvil que casi le cuesta la vida. En la cama del hospital, después de enterarse de que había perdido un ojo, eligió al judaísmo como el camino para volver a estar de pie y a triunfar
Es, por supuesto, la historia de Sammy Davis Jr., uno de los más grandes artistas de la historia de Estados Unidos: cantante, actor, imitador, bailarín y, sobre todo, una personalidad magnética.
Visto desde lejos, Davis tuvo una vida magnífica, pero la verdad es que estuvo marcada tanto por el éxito en los escenarios y las pantallas como por el racismo y la incomprensión.
Nacido el 8 de diciembre de 1925 en la ciudad de Nueva York en el seno de una familia de artistas, Sammy ni siquiera se molestó en ir a la escuela, ya que su futuro era claro y estaba sobre los escenarios, que pronto compartió con su padre homónimo y su padrino, Will Mastin.

Después de servir en el ejército estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial -en lo que fue su primera gran exposición al abuso y el acoso por parte de sus compatriotas blancos-, Sammy comenzó a grabar como cantante profesional y, en 1953, se le abrían las puertas de la cadena televisiva ABC y de los estudios Universal.
Sin embargo, el 19 de noviembre de 1954, mientras volvía a Los Angeles después de brindar un show en Las Vegas, sufrió el fatídico accidente en la famosa Ruta 66 a la altura de San Bernardino, en California.
«El judaísmo me dio seguridad y comprensión»
Un botón del panel del Cadillac salió despedido a gran velocidad y lo impactó en la cara, haciéndole perder el ojo izquierdo.
Mientras trataba de superar la conmoción en la cama del hospital -recordaría más adelante el actor-, Davis comenzó a percibir las señales que lo acercaban más y más al judaísmo.
Para comenzar, uno de sus amigos, Jeff Chandler, un famoso actor nacido también en Nueva York, y orgulloso judío, le ofreció (más bien simbólicamente) donarle uno de sus ojos, para que no quedara ciego.

Otro actor amigo, y también judío, Eddie Cantor, fue uno de los visitantes más asiduos que acompañaron a Davis en el hospital. Durante esas largas horas de compañía, uno de sus temas preferidos de conversación era, precisamente, el judaísmo.
Se cuenta también que Cantor le había regalado a Sammy una mezuzá, que el cantante llevaba siempre colgando en su cuello pero que, en el día del accidente, la había dejado en casa.
«Los judíos se hicieron más fuertes durante sus miles de años de opresión y yo quería ser parte de esa fuerza», explicaría Davis más adelante. «Como negro, me sentí atado emocionalmente al judaísmo -precisó-, el judaísmo me dio seguridad y comprensión».
Una vez que se decidió, Sammy inició el proceso de conversión con un rabino de Las Vegas, Harry Sherer, a quien llegó a través de Max Nussbaum, un rabino reformista de Hollywood que era, además, un conocido activista del movimiento por los derechos civiles.
(También Davis participó activamente de la lucha por los derechos de los afroamericanos, e incluso fue uno de los tantos protagonistas de la histórica Marcha sobre Washington del 28 de agosto de 1963, la que se cerraría con el discurso «I Have a Dream» del reverendo Martin Luther King Jr.).

La relación de Sammy con el judaísmo, señalan algunos biógrafos, no había comenzando con la amistad con Cantor, sino mucho antes, en Nueva York, adonde el joven cantante frecuentaba los teatros en idish del Lower East Side «empapándose de la teatralidad» de los intérpretes «sin entender una palabra», según apunta un artículo de la revista Forward.
De hecho, añade la nota del escritor Benjamin Ivry, algunos de los talentos de Davis fueron moldeados por el cómico judío Larry Storch, quien le enseñó, por ejemplo, a imitar a las estrellas de Hollywood, algo que luego sería una de sus marca registradas.
«Esta es mi casa religiosa», afirmó al llegar por primera vez a Israel
Todas estas anécdotas confirman que la conexión del actor con el mundo judío no era casual ni una moda. A diferencia de otros grandes nombres del espectáculo norteamericano, como Elizabeth Taylor y la inolvidable Marilyn Monroe, Davis no se había convertido para casarse con un cónyuge judío, sino por profunda convicción personal.
Pero cuando oficializó su conversión, en 1961 (en un proceso que había comenzado en 1955), su vida se hizo todavía más complicada. Ya había sufrido el racismo y el desprecio de muchos blancos, a quienes no les gustaba ver a un afroamericano millonario que salía con hermosas mujeres rubias.

Ahora, también enfrentaba el recelo de parte del público de raza negra, que ya lo venía acusando de ser un «vendido» por formar parte notable del Rat Pack, la pandilla de amigos-actores que encabezaban nada menos que Frank Sinatra y Dean Martin.
Comentaristas de aquella época, y de la actualidad, «han malinterpretado los intentos de Davis de navegar estas afirmaciones religiosas, étnicas y raciales» que conformaban su identidad, afirma la historiadora Rebecca Davis (que no tiene parentesco con el actor).
La autora señala que muchos consideran que la conversión al judaísmo y su amistad con Sinatra y Martin eran «esfuerzos para distanciarse de su condición de persona de raza negra o para congraciarse con artistas influyentes».
Esas afirmaciones suenan injustas, en especial teniendo en cuenta que, a pesar de su enorme fama, muchas veces durante giras por Estados Unidos el actor tuvo que alojarse en hoteles «para negros».
Y también tuvo que soportar un insidioso escándalo cuando se casó con la actriz sueca May Britt, en 1960, en una época en que los matrimonios interraciales estaban todavía prohibidos en veintitrés estados norteamericanos. (Por cierto, la boda se llevó a cabo en Las Vegas y fue oficiada por un reconocido rabino y profesor, William Kramer).

Hubo, en cambio, un lugar adonde Davis se pudo sentir realmente «en casa», y ese lugar fue Israel, adonde viajó por primera vez en julio de 1969 para una visita relámpago de un día.
Sammy estaba trabajando en Londres y pensó que era una buena oportunidad para conocer Jerusalén, adonde visitó el Muro de los Lamentos y dejó la tradicional nota entre sus bloques de piedra.
«Como todo judío, mis sentimientos hacia el Muro eran profundos y personales»
Al llegar al aeropuerto, relataba un cable de la Jewish Telegraphic Agency (JTA), al actor le «corrían lágrimas por sus mejillas» mientras le explicaba a sus anfitriones que «no podía encontrar palabras» para expresar su «satisfacción por estar en Israel, la patria de mi espíritu y mi religión».
Después de colocar el papel con la nota en el Kotel, Davis habló con los periodistas que lo acompañaban: «Como todo judío, mis sentimientos hacia el Muro eran profundos y personales», aseguró.
«Esta es mi casa religiosa», continuó el cantante, quien confesó estar viviendo «una gran emoción». Se trataba, al fin y al cabo, de la expresión de «una especie de unidad que tengo con Israel y el pueblo judío», completó.
Davis volvió a Israel en setiembre de ese mismo 1969, pero para una visita más extensa, durante la cual realizó una muy publicitada -pero no por ello menos sentida- visita a un grupo de soldados heridos.
También cantó ante los soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en una base del ejército, siempre de manera gratuita. «Cuando vengo a mi tierra, no quiero ganar dinero», explicó.
En 1982 cumplió su última visita al país (antes había retornado en 1973), en esta ocasión invitado por la Universidad de Tel Aviv. Pocos tiempo después, el 16 de mayo de 1990, el célebre actor murió en Beverly Hills, en California, a los 64 años de edad a causa de un cáncer de garganta provocado por su intensa afición al tabaco.
El autor Julius Lester escribió alguna vez que «pocos parecieron tomar a Sammy Davis, Jr. en serio como judío». Pero, a pesar de eso, la figura del actor sigue brillando, tanto por su magnitud como artista como por su condición de puente entre las herencias judía y afroamericana.