La audaz operación secreta contra el grupo islamista Hezbollah que terminó con la explosión simultánea de cientos de pagers y walkie-talkies entre el 17 y el 18 de setiembre en el Líbano expuso una compleja trama de espionaje que pasó por Taiwan, Japón y Hungría, pero dejó relativamente de lado la misteriosa conexión Jerusalén-Sofía.
Se estima que por lo menos cuarenta personas murieron por el estallido de los aparatos de comunicación, en su gran mayoría miembros de Hezbollah, que dejó expuesto un enorme fracaso de seguridad.
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Las autoridades israelíes no reconocieron ni rechazaron la autoría del operativo, pero las investigaciones que pusieron en marcha los grandes medios de comunicación del mundo apuntaron rápidamente al Mossad y un paciente trabajo para colocar explosivos en los aparatos.
Así se difundieron las versiones que señalaron que, al parecer, los pagers de la marca Apollo Gold no habrían sido fabricados por esa empresa, que tiene su base en Taiwan.
También los productores de los walkie-talkies, la japonesa ICOM, aseguró que no estuvo a cargo de la manufactura de los dispositivos de comunicación. Desde Osaka juraron que se trató de aparatos falsificados.
En el caso de los pagers, la mira se desvió desde Taipei hacia Budapest: los jefes de Apollo Gold dijeron que una firma húngara, BAC Consulting, estuvo a cargo de la producción de los buscapersona a través de un acuerdo de licencia.
Empresas fantasmas en Budapest
Investigaciones del New York Times y de la Deutsche Welle señalaron que BAC era, en realidad, una empresa fantasma montada por el Mossad, los servicios de inteligencia exterior de Israel.
Pero, más allá de cómo y dónde se fabricaron los aparatos, y de cuál fue el proceso para insertarles los explosivos con asombrosa discreción, quedaba el eslabón más complejo: ¿cómo se logró que Hezbollah adquiriese miles de pagers sin sospechar de su origen?
Allí entró en escena una extraña empresa búlgara, Norta Global Ltd, a la que algunos reportes señalan como la responsable de importar los buscapersona desde Hungría y entregarlos a los representantes de Hezbollah.
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La firma está registrada en Sofía pero prácticamente nadie la conoce. Entre otros detalles que hacen avergonzar a los guionistas de las películas de James Bond, su dueño, Rinson Jose, es un misterioso empresario de ciudadanía noruega pero nacido en la India.
Cuando se habló del involucramiento de Norta, la principal agencia de seguridad de Bulgaria, la Darzhavna agentsiya Natsionalna sigurnost (DANS), se puso a investigar a Jose y la eventual conexión con los pagers explosivos.
En pocas horas, la DANS emitió un comunicado asegurando que Norta no tuvo nada que ver con el episodio y que nada raro atravesó las aduanas del país europeo. La empresa de Sofía, al igual que BAC en Budapest, quedaron eximidas de involucramiento y culpa.
Se sabe que el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, es cercano a su colega de Israel, Benjamin Netanyahu, por lo que no sorprende que cualquier posible acción del Mossad en Budapest haya sido rápidamente barrida bajo la alfombra.
Una relación bilateral excelente, en varios sentidos
Pero, ¿Bulgaria? Poco se habla de la estrecha relación entre Sofía y Jerusalén. La relación bilateral es excelente en todos los niveles, desde la economía y la política, hasta la seguridad y el comercio, pasando por el complejo terreno de la lucha contra el antisemitismo.
Sin embargo, la relación entre búlgaros y judíos es antigua y vivió un episodio clave durante la Segunda Guerra Mundial.
A fines de agosto de este año, semanas antes del caso de los pagers explosivos, un informe del Centro de Estudios Estratégicos Begin Sadat (BESA), que forma parte de la universidad israelí Bar-Ilan, había publicado un oportuno reporte sobre esta conexión.
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Bulgaria, señalaron los autores del informe, la profesora Efrat Aviv y el doctor Petar Stoilov, actualmente «sirve como puerta de entrada» para iniciativas empresariales y proyectos energéticos israelíes en la región de los Balcanes y en Europa.
«En estos tiempos difíciles», destacaron los analistas, Bulgaria es «un socio estratégico clave para Israel en el sudeste de Europa».
Stoilov y Aviv citaron además declaraciones realizadas en julio de 2023 por el presidente Rumen Radev: «existe un genuino sentido de amistad y entendimiento entre los pueblos de los dos países».
Esos lazos, enfatizó Radev, están «basados en profundos lazos culturales e históricos, una asociación activa y confianza mutua».
Y no se trata de una declaración vacía. Tal como recuerda la nota del BESA, el país balcánico «tiene una historia de bajo antisemitismo y apoyó consistentemente al pueblo judío».
Boris III vs. Peshev
La campaña para salvar a los judíos búlgaros durante la Segunda Guerra Mundial «fue un acto sin precedentes que selló el vínculo entre Bulgaria y el pueblo judío para la eternidad«, escribieron los autores del informe.
En efecto, en un raro episodio histórico, en medio del salvaje avance del nazismo y del Holocausto, muchos sectores políticos, religiosos y sociales de la nación de los Balcanes se unieron para trabar la deportación de judíos hacia campos de concentración.
Se trata de una historia con elementos dramáticos, comenzando por el hecho de que el zar del reino de Bulgaria, Boris III, y el entonces primer ministro, Bogdan Filov, eran aliados del nazismo y aprobaron la deportación de miles de judíos de la Grecia ocupada.
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Frente a eso, un grupo de parlamentarios encabezados por Dimitar Peshev, con el apoyo de la Iglesia ortodoxa y de numerosas celebridades de la cultura, presionó al zar para limitar el alcance de la persecución
Como resultado, los judíos que vivían dentro de los límites del país tuvieron mejor suerte que aquellos que residían en territorios ocupados por Bulgaria en Grecia y Macedonia: sus bienes fueron confiscados y muchos fueron enviados a campos de trabajo forzado, pero no deportados a centros de exterminio nazi.
Se estima que la gran mayoría de los 48.000 judíos búlgaros sobrevivieron al Holocausto. Casi todos ellos emigraron con la llegada del comunismo, en especial con destino a Israel.
Ellos, concluyeron Aviv y Stoilov, «crearon un puente vivo entre Bulgaria e Israel que perdura desde hace décadas y debería continuar durante muchos años más».