Después de haber logrado, junto a Jonas Salk, poner prácticamente fin a la terrible amenaza de la poliomielitis, el profesor Albert Sabin -nacido Abram Saperstejn en el seno de una familia judía de Bialystok en 1906- intentó ayudar a alcanzar otra meta «imposible»: llevar la paz a Medio Oriente.
Cuando la vacuna inyectable de Salk, también de origen judío (nació en Nueva York en 1914) ya se estaba aplicando con éxito, Sabin completó la tarea desarrollando una versión oral de la preparación, que famosamente se ingería en un terrón de azúcar.
El profesor de origen polaco, que a esa altura ya contaba con la ciudadanía estadounidense, había descubierto que el virus del polio se alojaba en el tracto gastrointestinal, lo que lo llevó a apostar por una vacuna oral, que luego lo haría famoso en todo el mundo.
Sabin, al igual que Salk, se negó rotundamente a patentar sus vacunas o ganar dinero por ellas.
«No hay patente. ¿Se podría patentar el Sol?», respondió alguna vez ofendido el profesor Salk, mientras que, frente a la misma pregunta, Sabin señaló que «un científico no puede descansar mientras el conocimiento que podría usarse para reducir el sufrimiento permanece en un estante».
Su interés por la energía solar
Como otros científicos de espíritu altruista, Sabin no se conformaba con los logros alcanzados. Después de combatir el polio, el científico se dedicó a la filantropía y a nuevos terrenos de investigación, desempeñándose incluso como presidente del Instituto Weizmann, de Israel, entre 1970 y 1972.
Hacia el final de su vida (Sabin falleció el 3 de marzo de 1993), su principal interés fue la energía solar. «El desarrollo lo más temprano posible de una tecnología adecuada para reemplazar los combustibles fósiles por energía solar limpia e inagotable es de la mayor importancia para todo el mundo«, advirtió el científico ya en aquella época.
Pero fue hacía 1968 que Sabin protagonizó este interesante capítulo de su vida. El profesor ya conocía la importancia de la cooperación internacional, ya que las pruebas decisivas de su vacuna fueron llevadas a cabo en la Unión Soviética, ya que en Estados Unidos prevalecía la inyección de Salk.
Admirador y sostenedor de Israel, Sabin consideró aportar su granito de arena a las chances de una solución pacífica al conflicto árabe-israelí, recientemente sacudido por la Guerra de los Seis Días, de junio de 1967.
Así fue que Sabin fundó la organización Profesores Estadounidenses para la Paz en el Medio Oriente (APPLE, por American Professors for Peace in the Middle East), que «pronto contó con miles de miembros de cientos de campus» en todo Estados Unidos, según recuerda un artículo de la Biblioteca Nacional de Israel sobre este tema.
Unas visitas a Egipto y Jordania
La APPLE, señala el artículo, del historiador Zack Rothbart, promovía «la idea de que la paz regional era posible y debía perseguirse», y proponía «negociaciones directas entre las partes interesadas».
Siendo al fin y al cabo un investigador de raza, que necesitaba revisar con sus propios ojos el objeto de su interés -tal como hizo durante años mientras buscaba la cura para el polio-, Sabin decidió formar un equipo y viajar a Jordania y a Egipto para conocer in situ el ánimo y el pensamiento de los líderes e intelectuales de esos países árabes.
Junto a Sabin viajaron los académicos Allen Pollack, Herbert Stroup y David Landes, un reconocido autor y economista norteamericano. Después de recorrer Amman y El Cairo, los cuatro presentaron un reporte de título y contenido pesimista: «Los árabes necesitan y quieren paz, pero…».
La misión incluyó, por ejemplo, una entrevista con el rey Hussein, de Jordania, y la visita a un campo de refugiados de guerra en los alrededores de Amman. En todos los casos, desde intelectuales a refugiados, pasando por líderes y autoridades oficiales, la percepción que se llevaron los miembros de la misión de APPLE fue que la opinión generalizada en el mundo árabe era que no existía espacio para un país para los judíos en la región.
«Más importante que pedazos de papel»
Existía «la impresión ineludible de que, mientras los miembros del gobierno tenían diferentes posiciones respecto de las presentes y futuras políticas hacia Israel, la población propiamente dicha, incluyendo los grupos de intelectuales con los que nos reunimos, creen que no puede haber una paz justa sin la eliminación de Israel», escribieron los científicos en su reporte.
Ya en aquel momento, un año después de la guerra, los jordanos y egipcios entrevistados por Sabin y sus colegas les dejaron en claro que el derecho de Israel a «vivir en paz dentro de fronteras seguras y reconocidas» no incluía los territorios conquistados en el conflicto de 1967 que cambió el Medio Oriente.
Presagiando los reclamos de varios sectores en la región que piden actualmente negociaciones sin intermediarios para buscar la paz entre israelíes y palestinos, el informe destacaba que «es costumbre entre los árabes resolver diferencias» a través de «conversaciones directas» que se concluyen compartiendo una comida y con «un apretón de manos».
«En cierto sentido, la voluntad de sentarse juntos es en esta región mucho más importante que pedazos de papel», concluyeron los académicos de la APPLE, con una sabiduría que podría ser de gran utilidad en estos tiempos que corren.