Hace cuarenta años, el 6 de octubre de 1981, el entonces presidente de Egipto, Anwar Sadat, era asesinado por un grupo de radicales islámicos que representaba a un sector que nunca le perdonó el osado gesto de extender una mano de paz hacia Israel
Sugestivamente, Sadat cayó durante el desfile militar del Día de la Victoria, durante el cual se celebra el «triunfo» del cruce del canal de Suez por parte de tropas de El Cairo durante la Guerra de Iom Kipur, otra derrota de Egipto frente a sus vecinos.
De cualquier manera, está claro que Sadat fue muerto por la dura represión que ejerció sobre sus opositores, en especial los radicales de grupos como la Jihad Islámica -a la cual pertenecía el líder del atentado, el teniente Khalid al-Islambuli-, pero más que nada por el acuerdo de paz firmado en 1979.
Al cumplirse cuatro décadas de su muerte, muchos medios del mundo árabe lo recordaron y señalaron, en especial, su labor pionera en el acercamiento realista a Israel, que continuó en 1994 con el tratado de paz con Jordania.
Muchos años después, en setiembre del 2020, serían Bahrein y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) los que firmaron los Acuerdos de Abraham que establecieron lazos diplomáticos con el gobierno de Jerusalén y una imparable ola de conexiones comerciales y civiles con la sociedad israelí.
Detrás de los EAU y Bahrein, y también bajo el patrocinio del entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, fueron Marruecos y Sudán los que activaron sus relaciones con Israel.
«La paz y la prosperidad en nuestra región están estrechamente vinculadas e interrelacionadas» (Anwar Sadat)
El mundo árabe, escribió en estos días el analista John Jenkins, «se ha acercado a Sadat» en estos últimos años. «Su decisión unilateral de visitar Jerusalén, que en ese momento parecía extraordinaria, ahora simplemente parece profética», añadió en un artículo en el periódico Arab News.
En efecto, Jenkins pone en sintonía aquel histórico viaje de Sadat a Jerusalén del 20 de noviembre de 1977 con las imágenes que se están haciendo comunes en los últimos meses, de «ministros israelíes que visitan las capitales del Golfo y los embajadores árabes que presentan sus credenciales en Israel».
Muchos de los elementos que apuntan los comentaristas en ocasión del aniversario ya habían sido señalados por el propio presidente de Egipto durante su discurso de aceptación del premio Nobel de la Paz de 1978.
Sadat actuaba en favor de la paz, pero teniendo en cuenta en primer lugar los intereses de su propio país, tal como lo hacen los actuales líderes de naciones como los EAU, Bahrein o Marruecos.
«La paz y la prosperidad en nuestra región están estrechamente vinculadas e interrelacionadas», afirmó Sadat en su mensaje del 10 de diciembre de 1978.
Un camino hacia la paz, añadió el presidente, «va mucho más allá de un acuerdo o tratado formal, trasciende una palabra aquí o allá», y «por eso requiere de políticos que gocen de visión e imaginación y que, más allá del presente, miren hacia el futuro».
Cuatro décadas después, los líderes de Manama, Abu Dhabi y Rabat no podrían estar más de acuerdo.