En 1952, las autoridades israelíes pensaron que uno de los grandes amigos del flamante país, el célebre científico Albert Einstein, podía ser el nuevo presidente. Pero la propuesta -para desconsuelo de muchos- se diluyó rápidamente
Apenas dos días después de la declaración de la independencia, en mayo de 1948, Jaim Weizmann reemplazó a David Ben-Gurión como titular del Consejo de Estado Provisional, convirtiéndose de facto en el primer presidente del país.
Weizmann, quien pasó a ocupar ese puesto formalmente en febrero de 1949, alguna vez afirmó que Einstein, nacido en Alemania y ya creador de la súper famosa Teoría de la Relatividad, era «el más grande judío vivo».
Cuando Weizmann falleció, en 1952, muchos pensaron que, precisamente, Einstein era la persona ideal para sucederlo como presidente de Israel.
Einstein ya mantenía desde hacía mucho tiempo excelentes relaciones con el movimiento sionista, incluso desde mucho antes de 1948, recolectando fondos y participando de la fundación de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Sin embargo, cuando le ofrecieron el cargo de presidente, el físico alemán prefirió declinar gentilmente, con una mezcla de «tristeza» y «vergüenza», según explicó en una carta.
La propuesta le había llegado a través de Abba Eban, el entonces embajador de Israel en Estados Unidos. El diplomático le informó a Einstein que le escribía cumpliendo órdenes del primer ministro Ben-Gurión.
Como Israel tiene un gobierno parlamentario y su jefe de gobierno es el primer ministro, la posición de presidente es más protocolar que política. Por ello, le dijo Eban a Einstein, asumir ese cargo no iba a restarle tiempo a sus labores científicas.
Eso sí, de aceptar, Einstein tendría que mudarse a Israel y tomar la ciudadanía.
«Me falta la aptitud natural y la experiencia» para la política, se excusó el científico
«El primer ministro me asegura que, en tales circunstancias, el gobierno y la gente (de Israel) son completamente conscientes de la suprema importancia de sus trabajos» científicos y, por lo tanto, podrá contar con «completas facilidades y libertad» para seguir con esas labores, escribió Eban.
Algunos días después, la respuesta de Einstein decía: «estoy profundamente conmovido por la oferta de nuestro estado de Israel» para servir como Presidente, pero «al mismo tiempo triste y avergonzado de no poder aceptarlo».
«Toda mi vida -continuó el científico- he tratado con asuntos objetivos, por lo tanto, me falta la aptitud natural y la experiencia para tratar adecuadamente con las personas y ejercer funciones oficiales».
Solamente «por estas razones, no debería ser adecuado para cumplir con los deberes de ese alto cargo», dijo Einstein. El genial pensador, en ese entonces de 73 años, también señaló los posibles problemas derivados de su «edad avanzada».
Mucho se ha escrito sobre las razones detrás de la decisión de Einstein, más allá de lo que escribió en su respuesta a la carta de Eban.
Algunos comentaristas señalan que, si bien Einstein era un gran sostenedor de Israel, era también, al mismo tiempo, un gran pacifista y una persona que no miraba con gran simpatía al mundo de la política.
También es cierto que Einstein podía tener problemas para socializar. El científico no era para nada un ermitaño y le gustaba la compañía de otras personas, pero también le escapaba a reuniones mundanas y encuentros con funcionarios aburridos.
A Einstein no le gustaba mucho socializar, una actividad importante para un presidente
Pistas sobre esa parte del carácter de Einstein se pueden encontrar en páginas de sus diarios personales, conservados en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Por ejemplo, durante su viaje por América del Sur, en 1925, Einstein calificó a Buenos Aires como una ciudad «confortable», pero «aburrida». Y también se quejó de una serie de visitas «inútiles pero tolerables» durante su paso por la capital argentina.
Los relatos de ese periplo por Argentina, Uruguay y Brasil incluyen también comentarios jocosos o irónicos sobre personalidades y funcionarios con los que tuvo que compartir su tiempo.
De todas maneras, Einstein desnudó su corazón cuando declinó la oferta que Ben-Gurión le hizo llegar a través de Eban.
El científico se declaró «angustiado» por la decisión que debió tomar, en especial porque -aseguró- «mi relación con el pueblo judío se ha convertido en mi vínculo humano más fuerte«.