Una profesora del Instituto Weizmann, una de las principales casas de altos estudios de Israel, quiere que los médicos dejen de usar el estetoscopio y otros instrumentos de contacto y se pasen al radar, para poder examinar a los pacientes incluso a la distancia.
Al comienzo de la pandemia de COVID, la profesora Yonina Eldar se conectó online con médicos de todo Israel para identificar las necesidades más apremiantes de un sistema de salud sobrecargado.
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Uno de los problemas planteados por los médicos durante esa sesión, recordaron desde el Weizmann, fue el riesgo de propagación de la infección por contacto físico mientras se trataba a los pacientes hospitalizados.
«Cuando se trata de innovaciones tecnológicas, el mundo de la salud esté muy por detrás de sectores como las comunicaciones o el entretenimiento», señaló la profesora israelí.
Por ejemplo, remarcó, «podemos usar teléfonos celulares o jugar en la computadora con manos libres, pero en la práctica estándar un médico todavía usa un estetoscopio para examinar a un paciente, como hace cien años».
En aquel momento, Eldar acababa de unirse al Departamento de Ciencias de la Computación y Matemáticas Aplicadas del Weizmann, donde estableció un laboratorio de tecnologías innovadoras para el procesamiento de señales en varios campos, incluida la medicina.
Después de recoger las inquietudes de sus colegas, la académica decidió, junto con su equipo, desarrollar una tecnología completamente nueva para controlar la salud de las personas de forma remota, mediante el uso de radares.
No solo para uso militar…
Los sistemas de radar nos resultan conocidos por sus usos militares, como la detección de aviones o barcos, pero también tienen numerosas aplicaciones civiles, como las de la industria del automóvil.
Detectan y rastrean objetos emitiendo ondas electromagnéticas e interpretando los cambios que se producen en estas ondas a medida que rebotan después de golpear el objeto.
Eldar había trabajado con radares desde el comienzo de su carrera científica, por ejemplo, en relación con automóviles autónomos y aplicaciones de defensa.
Los dispositivos de radar, destacó, «son pequeños, baratos y convenientes, y emiten ondas que son seguras para los humanos: se utiliizan, por ejemplo, para contar el número de personas en una habitación o asegurarse de que ningún bebé se quede en un automóvil».
«Así que pensé: ¿Por qué no aplicar el radar para monitorear a los pacientes de forma remota?», recordó Eldar.

Cinco años después, la investigadora desarrolló el Bio-Radar Health Monitoring System (BRAHMS) un sistema de monitoreo de la salud por biorradar diseñado para controlar continuamente los signos vitales de una persona a distancia.
Un sistema con amplias posibilidades
El sistema ya permite la medición sin contacto de dos signos vitales clásicos: la frecuencia cardíaca, o pulso, y la frecuencia respiratoria. Además, puede proporcionar una medida de la función pulmonar.
Sus desarrolladores afirman que es posible que se agreguen más parámetros en el futuro, incluida la medición de la presión arterial y el análisis de patrones respiratorios, particularmente para la detección de la apnea del sueño.
El BRAHMS rastrea los movimientos sutiles del pecho y los interpreta mediante un sofisticado algoritmo desarrollado por el equipo de Eldar. El equipo ya demostró que su sistema puede monitorear de forma fiable a varias personas a la vez, incluso en entornos ruidosos y abarrotados.
Identifica a todas las personas en la habitación, mide sus signos vitales sin contacto y envía las mediciones a un monitor. Ese monitor puede alertar al personal médico si detecta un cambio que pueda indicar angustia, destacaron desde la universidad israelí.
Una vez que se desarrolle para uso comercial, un radar compacto de BRAHMS podría instalarse en salas de emergencia o unidades de cuidados intensivos, o en cualquier otro entorno que requiera monitorear de cerca la salud de muchas personas simultáneamente.
Ideal para salas infantiles
Eldar y sus colegas también prevén que unidades BRAHMS se utilicen para monitorear a los niños hospitalizados, que a menudo están inquietos y no les gusta estar conectados a dispositivos.
Las unidades sin contacto no solo reducirían el riesgo de propagación de infecciones, sino que eliminarían la incomodidad del paciente y la molestia de que los cables se enreden o se desprendan.
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Se estima que alrededor del 40 por ciento de los pacientes de la unidad de cuidados intensivos experimentan irritación de la piel, cables desprendidos u otras complicaciones relacionadas con los dispositivos de monitoreo.
«Combinamos la ingeniería, las matemáticas y la física con el objetivo de resolver un problema clínico de la vida real», resumió la profesora Eldar.