Investigadores del Instituto Weizmann, de Israel, descubrieron un origen más primitivo que el que se creía para algunos tipos de comunicación, lo que -a su juicio- mostraría que la teoría del «cerebro social», según la cual la inteligencia humana se desarrolló para sobrevivir en contextos sociales complejos, podría tener sus fallas
Se trata de un asunto que podría tener importantes derivaciones médicas, ya que comprender cómo las redes neuronales codifican la información puede ayudar a los investigadores a entender lo que sucede en los cerebros donde las funciones sociales normales se ven afectadas, «como en los trastornos del espectro autista y la ansiedad social», señalaron desde el Weizmann.
La teoría del «cerebro social», propuesta en el último cuarto del siglo pasado por al antropólogo británico Robin Dunbar, afirma que la inteligencia humana no evolucionó principalmente como un medio para resolver problemas urgentes y básicos del entorno prehistórico, por ejemplo, sino como un medio para sobrevivir y reproducirse en grandes y complejos grupos sociales, es decir, en contextos ya más sofisticados.
Esas habilidades humanas, incluyendo la comunicación verbal y no verbal, están codificadas en el cerebro. De acuerdo con la extendida hipótesis de Dunbar, se encuentran dentro de circuitos neuronales que evolucionaron durante los últimos tres millones de años a medida que se desarrollaba el cerebro humano.
En cambio, el equipo de investigación de la universidad israelí, encabezado por el profesor Rony Paz y el doctor Raviv Pryluk, apunta a un origen más primitivo para al menos un tipo de comunicación, lo que sugiere que estos circuitos neuronales pueden haber evolucionado y adaptado sobre la base de funciones ya existentes.
Los investigadores trabajaron en particular sobre el contacto visual y su participación en la socialización, un fenómeno bien desarrollado en todos los primates y hasta en otros mamíferos superiores, pero especialmente en los humanos.
Entre los hallazgos del estudio, publicado en setiembre en la revista especializada Nature, Paz y Pryluk argumentan que los circuitos neuronales que subyacen al procesamiento del contacto visual están incrustados en una parte relativamente primitiva del cerebro llamada amígdala (no confundir con las amígdalas de la cavidad bucal).
Más aun, Pryluk descubrió que esta codificación del contacto visual ocurre en el mismo tipo de circuito neural de la amígdala que se asocia con la codificación de estímulos positivos y negativos, un sistema evolutivamente antiguo que ayuda a los animales a evitar amenazas o encontrar su alimento preferido.
Es importante recordar que las personas que sufren de ansiedad social pueden mirar hacia abajo cuando hablan, y se cree que la falta de contacto visual es una luz roja en los bebés que presagia el posible desarrollo del autismo.
Por ello, esta nueva mirada sobre el «cerebro social» puede modificar algunos conceptos fuertemente instalados entre científicos y médicos.
«Más allá de las implicaciones para la ciencia básica, estos hallazgos pueden ayudarnos a desarrollar nuevos objetivos para el tratamiento de los trastornos sociales», dijo Pryluk.
Las terapias «pueden beneficiarse de la comprensión de los circuitos neuronales que subyacen a los mecanismos básicos para la comunicación social», añadió el científico.
Según Pryluk, la similitud entre estos sistemas cerebrales «nos sugiere que el contacto visual, que es una forma compleja de comunicación social, podría ‘enseñarse’ a través de formas simples de condicionamiento».