Por primera vez, investigadores de la Universidad de Tel Aviv determinaron que debido a la deforestación en curso en la cuenca del Amazonas en las últimas décadas, el número de tormentas eléctricas en la región disminuyó significativamente.
No solo eso: también el área sobre la que ocurren se redujo, advirtió el estudio encabezado por el profesor Colin Price y el estudiante de posgrado Raam Beckenshtein de la Escuela de Ciencias del Medio Ambiente y la Tierra de la universidad israelí.
«En la mayoría de las zonas del mundo, el calentamiento global provocó un aumento del número de tormentas eléctricas», recordó el profesor Price al comentar la investigación, publicada en el Quarterly Journal of the Royal M Meteor Society.
«Pero en este estudio descubrimos que precisamente en aquellas zonas donde la deforestación aumentó el número de tormentas en realidad disminuyó», incluso con el incremento de las temperaturas, destacó.
Estos hallazgos, continuó, «son preocupantes, porque una disminución en la cantidad de tormentas conduce a una baja en la cantidad de lluvia, lo que a su vez causa más daños a los bosques».
Una retroalimentación peligrosa
Se trata, enfatizó, de «un circuito de retroalimentación peligroso, que podría dañar gravemente los bosques que proporcionan a la Tierra una parte importante del oxígeno de la atmósfera y absorben una gran parte del dióxido de carbono que emitimos».
Para este estudio, el primero de su tipo, los investigadores buscaron rastrear los cambios en la extensión de las tormentas eléctricas en la cuenca del Amazonas en las últimas décadas.
A falta de datos más concretos, construyeron un modelo empírico basado en parámetros climáticos del Centro Europeo ERA5, que recopila datos sobre el clima global desde 1940.
También trabajaron con información de tormentas recopilada a través de una red mundial de sensores de detección de rayos conocida como WWLLN (Worldwide Lightning Location Network).
Los rayos son el resultado de un enorme campo eléctrico que se descarga al mismo tiempo, produciendo ondas de radio que pueden recibirse a miles de kilómetros de distancia.
Por su parte, los sensores de la red WWLLN están desplegados en setenta centros de investigación de todo el mundo y reciben y mapean, en tiempo real, rayos en cualquier lugar de la superficie de la tierra.
Un mapa global de los rayos
«Aquí en la Universidad de Tel Aviv, en el techo del edificio de Geofísica, tenemos uno de los sensores que capta ondas de radio de las tormentas que ocurren en nuestra región, en África, India e incluso América del Sur», contó el profesor Price.
Al cruzar la información de las estaciones se obtiene una determinación precisa de la ubicación y el momento de cada rayo «y, por lo tanto, se obtiene un mapa global de los rayos a lo largo del tiempo», apuntó.
Utilizando el modelo empírico, los investigadores examinaron la relación entre la frecuencia y distribución de las tormentas en América del Sur y los cambios de temperatura en la región del Amazonas desde los años 1980.
El análisis estadístico de los datos reveló resultados sorprendentes: a pesar del aumento de la temperatura regional debido al calentamiento global, durante este período se produjo una disminución de aproximadamente un 8 por ciento en el número de tormentas.
«Cuando examinamos estos hallazgos en profundidad, descubrimos que las zonas de disminución del número de tormentas se superponen en gran medida con zonas donde se llevó a cabo una gran deforestación», señalaron los expertos desde Tel Aviv.
«Esta es la primera vez que se establece una conexión entre las tormentas y la deforestación», afirmaron.
¿Qué será de los «pulmones de la Tierra»?
Según estimaron los investigadores, la pérdida de cada megatonelada de carbono en el Amazonas -equivalente a alrededor de un millón de grandes árboles talados- resulta en una disminución del 10 por ciento en el número de tormentas eléctricas.
«Esperábamos encontrar un aumento en el número de tormentas debido al calentamiento global, como se observó en muchas regiones del mundo, pero para nuestra sorpresa encontramos la tendencia opuesta: una disminución del 8 por ciento en 40 años», dijo Price.
Un análisis más detallado reveló que la mayor parte de la disminución se observó precisamente en aquellas áreas donde las selvas tropicales fueron reemplazadas por la agricultura u otras actividades humanas.
La disminución, especuló el académico, puede explicarse por el hecho de que «la ausencia de bosques redujo significativamente la humedad en el aire, que es la fuente de energía y humedad necesaria para la formación de tormentas».
El resultado es menos tormentas, menos nubes, menos lluvia y, en consecuencia, menos crecimiento del bosque.
Price advirtió que esto crea «un peligroso circuito de retroalimentación que puede provocar que los bosques se sequen y reducir significativamente la contribución vital de los ‘Pulmones de la Tierra’ a la producción de oxígeno y la absorción de dióxido de carbono».