Investigadores de la Universidad Bar-Ilan, de Israel, descubrieron una conexión entre el autismo y la microbioma, la comunidad de microorganismos que naturalmente habita en nuestros cuerpos.
El trastorno del espectro autista, una condición del desarrollo neurológico caracterizada por una comunicación social disminuida y comportamientos repetitivos, intriga desde hace mucho tiempo a los científicos que buscan desentrañar sus mecanismos subyacentes.
En este nuevo trabajo, los investigadores de la Facultad de Medicina de la Bar-Ilan se sumaron a una tendencia científica en boga e identificaron un vínculo potencial entre el autismo y la composición del microbioma intestinal.
Los científicos analizaron la diversidad del microbioma intestinal en un grupo de noventa y seis israelíes diagnosticados con autismo y otras cuarenta y dos personas neurotípicas.
Bacterias y abundancia
Sus hallazgos, publicados en la revista Biofilms and Microbiomes, señalaron diferencias significativas en la diversidad alfa y beta en personas con el trastorno e identificaron tipos específicos de bacterias que se encuentran en mayor abundancia en personas con autismo.
Entre los descubrimientos clave se destaca un aumento inesperado en la diversidad alfa -una medida de la diversidad microbiana- y un aumento notable en la abundancia relativa de ciertas bacterias.

Tradicionalmente, la disminución de la diversidad alfa se asocia con distintos casos de salud comprometida y en diversas condiciones, señalaron desde la universidad israelí.
Sin embargo, la mayor diversidad alfa observada en el grupo de personas con autismo «desafía las nociones prevalecientes, especialmente considerando su posible conexión con enfermedades neurológicas», añadieron.
Los portavoces recordaron que los bacteroides, que normalmente se encuentran en el microbioma intestinal humano, pueden tener un impacto desventajoso en la salud cuando aumentan en abundancia.
Un camino hacia una mayor exploración
En base a una serie de experimentos con ratones de laboratorio recién nacidos, los investigadores concluyeron que una sobreabundancia de bacteroides, «particularmente en las primeras etapas de la vida, puede tener consecuencias funcionales» para las personas con autismo.
Las implicaciones de estos hallazgos «se extienden más allá del laboratorio», afirmó el profesor Evan Elliott, líder de la investigación.
El estudio, completaron, ofrece vías potenciales para una mayor exploración de los efectos a largo plazo de las intervenciones microbianas durante las primeras etapas del desarrollo y sus implicaciones para el desarrollo del cerebro.