Investigadores de la Universidad de Tel Aviv desarrollaron un robot que puede «oler» usando un sensor biológico que envía señales eléctricas como respuesta a la presencia de una fragancia cercana.
Este robot, explicaron, es capaz de detectar e interpretar esa señales eléctricas y de esa manera «oler» con una sensibilidad 10.000 veces mayor que la de otros dispositivos con características similares.
Los científicos dijeron que el aparato, que conecta el biosensor a un sistema electrónico usando un algoritmo de aprendizaje automático, podría ser utilizado en el futuro para detectar explosivos, drogas o enfermedades.
El doctor Ben Maoz y el profesor Amir Ayali, dos de los responsables del experimento, señalaron que, al menos por ahora, las tecnologías desarrolladas por el hombre todavía no pueden competir con millones de años de evolución.
«Un área en la que estamos particularmente rezagados con respecto al mundo animal es la percepción del olfato», añadieron Maoz y Ayali, quienes trabajaron junto a la estudiante de doctorado Neta Shvil y el profesor Yossi Yovel.
En ese sentido, apuntaron que «un ejemplo» de esa brecha entre animales y máquinas «lo podemos encontrar en los aeropuertos, donde pasamos por un magnetómetro que cuesta millones de dólares y puede detectar si llevamos algún dispositivo metálico».
«El reto de los biosensores está en la conexión de un órgano sensorial a un sistema electrónico»
«Pero cuando quieren comprobar si un pasajero está traficando drogas, traen un perro para que lo olfatee», dijeron los académicos, quienes destacaron que, en el mundo animal, «los insectos sobresalen en la recepción y procesamiento de señales sensoriales».
Los investigadores de la Universidad de Tel Aviv señalaron que, en general, nuestros órganos sensoriales, como los ojos, el oído y la nariz, así como los de todos los demás animales, utilizan receptores que identifican y distinguen entre diferentes señales.
Luego, el órgano sensorial «traduce» esos hallazgos en señales eléctricas, que el cerebro decodifica como información. El reto de los biosensores está en la conexión de un órgano sensorial, como la nariz, a un sistema electrónico que sepa decodificar las señales eléctricas que recibe de los receptores.
Yovel contó que, durante el experimento, «conectamos el sensor biológico y lo dejamos ‘oler’ diferentes aromas mientras medimos la actividad eléctrica» que inducía cada fragancia.
(Según el reporte publicado en la revista Science Direct, el biosensor se preparó utilizando el aparato olfativo principal de una langosta del desierto: sus antenas).
Luego, prosiguió, «usamos el aprendizaje automático para crear una ‘biblioteca’ de olores».
«La naturaleza es mucho más avanzada que nosotros, así que deberíamos usarla»
Así fue que con el robot que puede oler lograron caracterizar ocho fragancias, como geranio, limón y mazapán.
De hecho, después de que terminó el experimento, reveló el científico, «seguimos identificando olores diferentes adicionales, como varios tipos de whisky escocés».
«La naturaleza es mucho más avanzada que nosotros, así que deberíamos usarla -afirmó Maoz-. El principio que hemos demostrado puede utilizarse y aplicarse a otros sentidos, como la vista y el tacto».
Por ejemplo, reiteró, «algunos animales tienen habilidades asombrosas para detectar explosivos o drogas», por lo cual «la creación de un robot con nariz biológica podría ayudarnos a preservar la vida humana e identificar a los delincuentes de una manera que hoy no es posible».
Además, concluyó, «algunos animales saben cómo detectar enfermedades, mientras que otros pueden presentir los terremotos».