Un innovador estudio de investigadores de la Universidad Ben-Gurion del Negev, en el sur de Israel, reveló un vínculo «significativo» entre los trastornos de ansiedad y un receptor cerebral conocido como TACR3, así como la testosterona.
La ansiedad es una respuesta común al estrés, pero para quienes padecen trastornos relacionados con ese mecanismo de nuestros cuerpos eso se puede convertir es un problema que afecte significativamente la vida diaria.
Evidencia clínica insinuó una estrecha conexión entre los niveles bajos de testosterona y la ansiedad, particularmente en varones con hipogonadismo, una condición caracterizada por una función sexual reducida. Sin embargo, la naturaleza precisa de esta relación no estaba clara hasta ahora.
La profesora Shira Knafo, jefa del Laboratorio Cognitivo Molecular de la universidad israelí, descubrió que roedores machos que exhibían niveles de ansiedad extremadamente altos tenían niveles notablemente más bajos de un receptor específico llamado TACR3 en su hipocampo.
El hipocampo es una región del cerebro estrechamente asociada con los procesos de aprendizaje y memoria. Y el TACR3 es parte de la familia de receptores de taquiquinina y responde a una sustancia conocida como neuroquinina.
Esta observación despertó la curiosidad de los investigadores del laboratorio de la profesora Knafo y fue la base para una investigación en profundidad sobre el vínculo entre la deficiencia de TACR3, las hormonas sexuales, la ansiedad y la plasticidad sináptica.
Pruebas en el laberinto
Los roedores del laboratorio fueron clasificados según su comportamiento en una prueba estándar de laberinto que mide los niveles de ansiedad.
Posteriormente, se aislaron sus hipocampos y se les sometió a un análisis de expresión genética para identificar genes con expresiones variables entre roedores con ansiedad extremadamente baja y aquellos con ansiedad severa.

Un gen que se destacó fue el del TACR3. Investigaciones previas mostraron que las mutaciones en genes asociados con el TACR3 conducen a la condición conocida como «hipogonadismo congénito», lo que resultaba en una reducción de la producción de hormonas sexuales, incluida la testosterona.
En particular, los varones jóvenes con niveles bajos de testosterona a menudo experimentaban un retraso en el desarrollo sexual, acompañado de depresión y mayor ansiedad. Este emparejamiento llevó a los investigadores a investigar más a fondo el papel del TACR3.
La profesora Knafo y su equipo contaron con la ayuda de dos herramientas innovadoras que ellos mismos crearon en su investigación. El primero, conocido como FORTIS, detecta cambios en los receptores críticos para la comunicación neuronal dentro de las neuronas vivas.
Al utilizar el FORTIS, demostraron que la inhibición del TACR3 daba como resultado un fuerte aumento de esos receptores en la superficie celular, bloqueando el proceso paralelo de fortalecimiento sináptico a largo plazo, conocido como LTP.
Midiendo la conectividad neuronal
La segunda herramienta fue una nueva aplicación de correlación cruzada para medir la conectividad neuronal dentro de un sistema de matriz de múltiples electrodos. Esa herramienta desempeñó un papel fundamental a la hora de descubrir el profundo impacto de las manipulaciones del TACR3 en la plasticidad sináptica.
Esa plasticidad se refiere a la capacidad de las sinapsis, las conexiones entre las células cerebrales, para cambiar su fuerza y eficiencia. Es un proceso dinámico fundamental para la adaptación del cerebro al entorno.

A través de la plasticidad sináptica, el cerebro puede reorganizar sus circuitos neuronales en respuesta a nuevas experiencias. Esta flexibilidad permite la modificación de las conexiones sinápticas, lo que con el tiempo brinda a las neuronas la capacidad de fortalecer o debilitar su comunicación.
Esencialmente, la plasticidad sináptica es un mecanismo clave mediante el cual el cerebro codifica y almacena información, adaptándose continuamente a los estímulos externos y estados internos en constante cambio.
Voceros de la universidad destacaron que el estudio reveló que las deficiencias derivadas de la inactividad del TACR3 podrían rectificarse de manera eficiente mediante la administración de testosterona.
Esta posibilidad ofrece esperanza para enfoques novedosos para abordar los desafíos relacionados con la ansiedad asociada con la deficiencia de testosterona, afirmaron.
¿Posibles tratamientos con testosterona?
Al parecer, el TACR3 es un actor central para unir la ansiedad y la testosterona, se demostró en el trabajo, cuyos resultados fueron publicados en la revista especializada Molecular Psychiatry.
Desde Beer Sheva, donde tiene su base la universidad, los investigadores desentrañaron los complejos mecanismos detrás de la ansiedad y abrieron vías para terapias novedosas.
Entre ellas, apuntaron, existen posibles tratamientos con testosterona que podrían mejorar la calidad de vida de las personas que luchan contra trastornos del desarrollo sexual y la ansiedad y depresión asociadas.