Conocida también como «hormona del amor», la oxitocina no solo influye en las relaciones de pareja: también moldea el apego infantil y los vínculos que formamos desde la infancia.
Las relaciones que formamos como adultos a menudo evocan las que tuvimos con nuestros padres. Según la teoría del apego, uno de los marcos más influyentes de la psicología contemporánea, no es casualidad: el apego entre un bebé y quien lo cuida moldea sus futuros vínculos sociales.
Sin embargo, se sabe poco sobre los mecanismos biológicos que subyacen al apego infantil, principalmente debido a la dificultad de estudiar el cerebro joven en condiciones naturales.
Ahora, científicos del laboratorio del profesor Ofer Yizhar, en el Instituto Weizmann, en Israel, desarrollaron un nuevo método de investigación no invasivo que permite «silenciar» células nerviosas seleccionadas en las profundidades cerebrales de crías de ratón sin alterar su comportamiento natural.
Mediante ese método, los científicos investigaron la función de la oxitocina, una proteína corta liberada por las células nerviosas del cerebro.
Si bien la mayoría de las investigaciones sobre la oxitocina se centran en adultos, los nuevos hallazgos, publicados en la revista Science, muestran que la oxitocina también influye en el comportamiento social de las crías y podría ser la base de las diferencias emocionales entre machos y hembras que surgen en etapas tempranas de la vida.
Una función mucho más compleja
Se creía que la oxitocina, a veces llamada la «hormona del amor», simplemente promovía la sociabilidad en los adultos. Sin embargo, con el tiempo, se hizo evidente que su función es mucho más compleja: en algunas circunstancias, intensifica comportamientos y emociones muy alejados del amor, como la ansiedad o la agresión.
Investigaciones recientes también mostraron que los cerebros de los mamíferos jóvenes, incluso en los humanos, son especialmente sensibles a la oxitocina.
En las regiones cerebrales responsables del procesamiento sensorial, la regulación emocional y el comportamiento social, la cantidad de receptores de oxitocina alcanza su punto máximo durante la primera infancia: alrededor de los dos o tres años en humanos y de dos a tres semanas en ratones.

Algunos estudios incluso vincularon la deficiencia de oxitocina con el autismo infantil. Aun así, sin herramientas lo suficientemente precisas para examinar la actividad neuronal en las profundidades del cerebro en desarrollo, muchos aspectos de su función en las primeras etapas de la vida siguen siendo un misterio.
Para ayudar a esclarecer el tema, un equipo dirigido por el doctor Daniel Zelmanoff diseñó una técnica no invasiva para sondear células nerviosas específicas en el cerebro joven.
El grupo, pionero en el campo de la optogenética (una tecnología que utiliza la luz para activar o desactivar células individuales), ideó un método en el que las células cerebrales objetivo de crías de ratón se infectan con un virus modificado.
Ese virus, por lo demás inofensivo, introduce un gen extraño que codifica una proteína sensible a la luz. Al exponerse a la luz, la proteína «desactiva» la célula nerviosa. De hecho, la proteína es tan sensible que los investigadores pudieron «silenciar» células nerviosas seleccionadas en lo profundo del cerebro simplemente proyectando luz roja sobre las cabezas de las crías.
Observar sin perturbar
«Este nuevo método nos permite observar el interior del cerebro sin perturbar la vida cotidiana de los cachorros, lo que lo convierte en una herramienta poderosa para estudiar el desarrollo del sistema nervioso», explicó Yizhar.
Según el experto, el método es «especialmente útil para estudiar la oxitocina, ya que los efectos de esta hormona dependen del contexto social, y nuestro método nos permite desactivar el sistema de oxitocina ‘a pedido’, solo durante la situación específica que queremos estudiar».
Los investigadores se enfocaron en el papel de la oxitocina durante la separación temporal de una cría de ratón de su madre y su reencuentro unas horas después, una situación familiar para cualquier padre de niño pequeño.
Así observaron un aumento de la actividad de la oxitocina en el cerebro de la cría durante la separación, que volvió a la normalidad tras el reencuentro con la madre.

Las crías con un sistema de oxitocina activo durante la separación se adaptaron gradualmente a la soledad en un entorno desconocido, produciendo menos vocalizaciones ultrasónicas, el equivalente en ratones al llanto de un bebé.
Por el contrario, las crías cuyo sistema de oxitocina estaba «silenciado» no se adaptaron y siguieron emitiendo llamadas de socorro con la misma frecuencia hasta que se reencontraron con sus madres. Estos hallazgos demuestran que la llamada «hormona del amor» también desempeña un papel fundamental para afrontar la soledad, dijeron desde el Weizmann.
Apego y exploración
La teoría del apego sostiene que los niños con un apego seguro a sus padres muestran angustia al separarse de ellos, pero logran calmarse con el tiempo y se sienten libres para explorar su entorno.
«Descubrimos que las crías de ratón necesitan un sistema de oxitocina activo para adaptarse a la separación de sus madres», afirmó Yizhar. «Eso sugiere que el sistema de oxitocina desempeña un papel no solo en el cerebro de los padres, algo ya conocido, sino también en el de la cría».
«Además -continuó el investigador-, dado que los receptores de oxitocina están presentes en los centros de procesamiento sensorial del cerebro joven, nuestra hipótesis es que esta hormona también ayuda a agudizar los sentidos de la cría cuando está sola».
Los niños no olvidan fácilmente la experiencia de estar separados de sus padres, y esa separación determina su comportamiento al reencontrarse. Por ejemplo, un niño con un apego seguro, separado de sus padres durante unas horas, buscará contacto al reencontrarse y se calmará rápidamente.
En ese sentido, los investigadores descubrieron que la activación del sistema de oxitocina en crías de ratón durante la separación no solo las fortaleció en el momento, sino que también determinó su comportamiento al regreso de sus madres.
Esas crías emitieron más llamadas ultrasónicas de lo habitual, y la frecuencia de las llamadas aumentó a medida que se acercaban a sus madres.
Utilizando inteligencia artificial, el equipo identificó un patrón vocal distintivo: antes de aferrarse al pezón de la madre, las crías emitían llamadas agudas y frecuentes. Pero, después, sus llamadas disminuyeron de tono y de ritmo.

«Activar el sistema de oxitocina durante la separación aumenta la motivación de la cría para recuperar la cercanía con la madre al reencontrarse con ella», destacó Yizhar. «Esto -agregó- se refleja en la mayor frecuencia y el patrón único de sus llamadas».
Mucho más que llanto
Gracias a los nuevos descubrimientos, dijo, «entendemos que esas vocalizaciones ultrasónicas son mucho más que un simple llanto: las llamadas agudas y rápidas parecen indicar una solicitud de cercanía, mientras que las llamadas más graves y lentas probablemente expresan una rápida recuperación de la calma y el deseo de mantener el vínculo».
«Por supuesto -reconoció el científico israelí-, se necesita más investigación para determinar el significado exacto de cada tipo de vocalización».
En la siguiente etapa, los investigadores exploraron si la función de la oxitocina en las crías difiere entre sexos, al igual que en animales mayores.
Descubrieron que las crías hembras con un sistema de oxitocina activo emitían muchas más llamadas ultrasónicas al reunirse con sus madres que las hembras con sistemas de oxitocina «silenciados», mientras que las llamadas de los cachorros machos no se veían afectadas por el estado de sus sistemas de oxitocina.
«Esa es la primera diferencia sexual observada en la actividad del sistema de oxitocina en una etapa tan temprana del desarrollo», dijo Yizhar. «Podría ofrecer una pista de por qué los machos y las hembras difieren en sus comportamientos sociales y mundos emocionales mucho antes de la pubertad», remarcó.
La mayoría de las funciones conocidas de la oxitocina son comunes a todos los mamíferos. Los estudios futuros, siguió el científico, «deben comprobar si la hormona afecta el desarrollo del comportamiento social, la madurez emocional y el apego materno en el cerebro infantil».
«De ser así, eso podría ayudarnos a comprender mejor qué puede fallar en el desarrollo emocional y social, como en el trastorno del espectro autista, por ejemplo, y cómo intervenir en una etapa temprana», concluyó.