Un equipo de investigadores de la Universidad de Tel Aviv y de la Universidad de Haifa descubrió una conexión genética que comprueba el asombroso origen en la tierra de Israel de dos uvas usadas para vinos modernos.
El nuevo estudio, dirigido por el laboratorio paleogenómico del Museo Steinhardt de Historia Natural de la Universidad de Tel Aviv y la Universidad de Haifa analizó el ADN de antiguas semillas de uva local descubiertas en excavaciones arqueológicas en el Negev.
Los científicos descubrieron que una de las semillas era casi idéntica a la variedad Syriki que se usa hoy en día para hacer vino tinto de alta calidad en Grecia y el Líbano, mientras que otra es pariente de la variedad blanca llamada Be’er, que todavía crece en viñedos en las dunas de Palmajim.
Las excavaciones arqueológicas realizadas en el Negev en los últimos años «revelaron una floreciente industria vinícola desde el periodo bizantino y de los primeros tiempos árabes, alrededor del siglo IV al IX de la era cristiana, apuntó el profesor Guy Bar-Oz, uno de los líderes de la investigación.
Bar-Oz, de la Universidad de Haifa, recordó que esos hallazgos incluyeron grandes lagares, jarras en las cuales era almacenado el exclusivo vino exportado a Europa, y semillas de uva, conservadas por más de mil años.
Tras la conquista musulmana en el siglo VII, la industria fue decayendo gradualmente, a partir de la prohibición islámica del consumo de vino. El cultivo de uvas de vino en el Negev se reanudó recién en tiempos modernos, en el estado de Israel, principalmente, desde 1980.

«No obstante -reconoció Bar-Oz-, dicha industria se basa principalmente en variedades de uvas de vino importadas desde Europa».
ADN secuenciado
Volviendo a la arqueología, los investigadores destacaron que un hallazgo particularmente interesante fue el de una gran cantidad de semillas de uva, encontradas en el suelo de una habitación sellada en Avdat.
Los investigadores indicaron que esas dichas semillas fueron halladas relativamente bien conservadas gracias a la protección frente a fenómenos climáticos como las temperaturas extremas, inundaciones, o deshidratación.
Para aprender más acerca de esas semillas, con la esperanza de descubrir a que variedades podrían pertenecer, los investigadores trabajaron para extraer su ADN en un laboratorio.
La ciencia paleogenómica «utiliza una gama de tecnologías de avanzada para analizar genomas antiguos, primariamente procedentes de hallazgos arqueológicos», explicó la doctora Meirav Meiri, una de las encargadas de estos estudios.
Para comenzar, los investigadores buscaron y hallaron restos de materia orgánica en dieciséis semillas, y luego procedieron a extraer el ADN de esas muestras.
El ADN fue secuenciado y los resultados fueron comparados con bases de datos de vides modernas en todo el mundo. Algunas muestras brindaron poca información, pero las dos de más alta calidad, ambas de cerca del año 900, fueron reconocidas como pertenecientes a variedades locales específicas que aún existen.

Así quedó en claro que una semilla pertenecía a la variedad medio-oriental Syriki, con una larga historia de cultivo en el Levante Meridional y Creta, aún utilizada actualmente para elaborar un vino tinto de alta calidad en Grecia (donde se lo conoce como llegado del oriente) y en el Líbano.
Syriki, vía Nahal Sorek
Teniendo en cuenta que las uvas de vinificación son habitualmente denominadas de acuerdo a su lugar de origen, es posible que el nombre Syriki derive de Nahal Sorek, un importante arroyo de las colinas de Judea.
La otra semilla de alta calidad fue identificada como relacionada a la de Be’er, una variedad de uva de vino blanca que aun crece en las arenas de Palmajim, en restos de viñedos probablemente abandonados a mediados del siglo XX.
Una singular variedad local, endémica de la Tierra de Israel, Be’er es utilizada actualmente por la bodega Barkan para elaborar un vino blanco de su propiedad.
«Lo maravilloso de la paleogenética es que, a veces, pequeños objetos pueden contarnos grandes historias, y eso es exactamente lo ocurrido en este estudio», dijo la profesora Meiri.
«Con solamente un poco de ADN extraído de dos pepitas de uva, hemos podido trazar la continuidad de la industria vinícola local desde el período bizantino, hace más de mil años, hasta la actualidad», completó.