Investigadoras israelíes estudiaron la percepción del dolor entre las personas con autismo y descubrieron que lo experimentan con una intensidad más alta que la población general y son menos adaptables a esa sensación.
Este hallazgo, destacaron, es contrario a la creencia predominante de que las personas con autismo son supuestamente «indiferentes al dolor».
Las científicas expresaron la esperanza de que los hallazgos del estudio conduzcan a un tratamiento más apropiado por parte del personal médico, los cuidadores y los padres hacia las personas con autismo, que no siempre expresan la experiencia del dolor de la manera «habitual».
«Aproximadamente el 10 por ciento de la población general sufre de disfunción de la modulación sensorial, lo que significa una hipersensibilidad a un nivel que compromete el funcionamiento diario normal y la calidad de vida«, dijo la doctora Tami Bar-Shalita, de la Universidad de Tel Aviv.
Estas personas, continuó, tienen dificultad, por ejemplo, «para ignorar o adaptarse al zumbido o parpadeo de las luces fluorescentes», al ruido de aires acondicionados o ventiladores y hasta «el crujido de palomitas de maíz de alguien sentado a su lado en el cine».
«Nos interesó explorar la percepción del dolor en el autismo»
Bar-Shalita, quien lideró el estudio junto a la doctora Yelena Granovsky (Technion) y las profesoras Irit Weissman-Fogel y Eynat Gal (Universidad de Haifa), recordó que ya se habían encontrado indicios de este asunto en experimentos previos.
Ahora, señaló, «nos interesó explorar la percepción del dolor en el autismo», por lo que se preguntaron si las personas con autismo sienten dolor en niveles similares o superiores a los de la población general.
Según las investigadoras, durante muchos años prevaleció la opinión de que las personas con autismo sufrían menos o eran «indiferentes» al dolor.
«De hecho, la ‘indiferencia al dolor’ es una de las características presentadas en los criterios diagnósticos actuales del autismo», remarcaron.
La supuesta «prueba» de eso era su tendencia a autolesionarse para infligirse dolor, una «teoría» que «no es necesariamente cierta», expresó Bar-Shalita.
«Sabemos que las autolesiones pueden provenir de intentos de suprimir el dolor -explicó-, y podría ser que se autolesionen para activar, inconscientemente, un mecanismo físico de ‘inhibición'» de esa sensación.
En su estudio de laboratorio, aprobado por el comité de ética de las universidades y del Centro Médico Rambam, las investigadoras trabajaron con cincuenta y dos adultos con autismo de alto funcionamiento e inteligencia normal.
Se trató de la muestra más grande reportada en el mundo en estudios sobre el dolor entre personas con autismo hasta el momento.
«Esperamos que nuestros hallazgos beneficien a los profesionales» que trabajan con las personas con autismo
Durante la investigación, las expertas hicieron pruebas psicofísicas para evaluar el dolor, comúnmente utilizadas en el área de estudio de esa experiencia sensorial.
Los métodos examinaron el vínculo entre el estímulo y la respuesta, mientras que las investigadoras, usando una computadora, controlaron la duración y la intensidad de ese estímulo. Al mismo tiempo se le pidió al examinado que clasifique la intensidad del dolor en una escala de 0 a 100.
Los hallazgos -que fueron publicados en la revista especializada PAIN Journal- demostraron «sin lugar a dudas» que las personas con autismo experimentan el dolor más que otras personas y que su mecanismo de supresión es menos efectivo, dijo el reporte difundido por la Universidad de Tel Aviv.
Según el informe, las mediciones estuvieron «destinadas, entre otras cosas, a examinar si la hipersensibilidad al dolor se deriva de un sistema nervioso sensibilizado o de la supresión de los mecanismos que se supone que permiten el ajuste y, con el tiempo, reducen la respuesta al estímulo».
«Encontramos que en el caso de las personas con autismo, es una combinación de los dos: un aumento de la señal de dolor junto con un mecanismo de inhibición menos efectivo», apuntaron las investigadoras israelíes.
Bar-Shalita alertó contra «la creencia predominante» de que los autistas son «supuestamente ‘indiferentes al dolor'» y recordó que «hay informes de que personal médico y otros profesionales los trataron en consecuencia».
«Esperamos que nuestros hallazgos beneficien a los profesionales y practicantes» que trabajan con esta población «y contribuyan al avance del tratamiento personalizado» de las personas con autismo, concluyó.