Expertos en arqueología de la universidad israelí completaron sorprendentes hallazgos que muestran que nuestros antepasados entendían la planificación espacial, en particular para controlar el fuego y colocarlo en la ubicación óptima en sus cuevas
En un estudio único en su tipo, los investigadores desarrollaron un modelo informático de simulación de dispersión de humo y lo aplicaron a un sitio prehistórico conocido (la cueva Lazaret, en el sudeste de Francia), adonde existió una comunidad de humanos prehistóricos hace unos 170.000 años.
A través del simulador pudieron entender que controlaban el fuego y lo usaban para diversas necesidades, ubicándolo en el lugar ideal de la cueva para obtener el máximo beneficio y quedar expuestos a una cantidad mínima de humo nocivo.
La estudiante de doctorado Yafit Kedar, una de las líderes del estudio, recordó que el uso del fuego por parte de los primeros humanos «ha sido ampliamente debatido por los investigadores durante muchos años».
Algunas preguntas incluyen: ¿en qué momento de su evolución aprendieron los humanos a controlar el fuego y encenderlo a voluntad? ¿Cuándo empezaron a usarlo a diario? ¿Usaron eficientemente el espacio interior de las cuevas en relación con el fuego?
Si bien todos los investigadores están de acuerdo en que los humanos modernos eran capaces de todas estas cosas, la discusión continúa sobre las habilidades de los tipos más primitivos de humanos, señalaron desde la universidad.
Un tema central en el debate es la ubicación de los fuegos en las cuevas ocupadas por los primeros humanos durante largos períodos de tiempo. «Se han encontrado fogatas de varias capas en muchas cuevas, lo que indica que se habían encendido en el mismo lugar durante muchos años», apuntó Kedar.
Estudios anteriores, que también utilizaron modelos de circulación de aire en cuevas basados en software, establecieron que «la ubicación óptima para una exposición mínima al humo en el invierno era la parte trasera de la cueva», añadió la investigadora.
La ubicación menos favorable, en cambio -y siempre según aquellos estudios anteriores-, era la entrada de la cueva.
Si bien esas investigaciones señalaban que colocar el fuego en la parte posterior de la cueva habría reducido la densidad del humo al mínimo, permitiendo que circulara fuera de la cueva por el techo, los investigadores de la universidad israelí se toparon con algo nuevo al examinar la cueva.
Es que, en los restos arqueológicos que examinaron, el hogar podía estar ubicado también en el centro de la cueva. «Intentamos entender por qué los ocupantes habían elegido este lugar y si la dispersión del humo había sido una consideración importante en la división espacial de la cueva», señaló Kedar.
Para responder a estas preguntas, los investigadores realizaron una serie de simulaciones de dispersión de humo para 16 ubicaciones hipotéticas dentro de la cueva de 290 metros cuadrados.
Para cada fuego hipotético, analizaron la densidad del humo en toda la cueva utilizando miles de sensores simulados colocados a 50 centímetros del suelo a una altura de 1,5 metros.
«Descubrimos que la densidad promedio del humo, basada en la medición de la cantidad de partículas por unidad espacial, es de hecho mínima cuando el hogar está ubicado en la parte posterior de la cueva», tal como habían predicho los modelos anteriores, dijeron los expertos.
«Pero también descubrimos que el área de baja densidad de humo, más adecuada para una actividad prolongada, está relativamente alejada» del fuego propiamente dicho, añadieron.
Al parecer, estos primeros humanos entendían perfectamente la necesidad de un equilibrio: un hogar cerca del cual pudieran trabajar, cocinar, comer, dormir, reunirse y calentarse mientras estaban expuestos a una cantidad mínima de humo.
«Nuestro estudio muestra que los primeros humanos pudieron, sin sensores ni simuladores, elegir la ubicación perfecta» para sus fogatas y «administrar el espacio de la cueva hace 170.000 años, mucho antes de la llegada de los humanos modernos a Europa», remarcó el profesor Ran Barkai.
Esta habilidad, completó, «refleja ingenio, experiencia y acción planificada, así como conciencia del daño a la salud causado por la exposición al humo» por parte de estos lejanos antepasados.